(Por: General de División Aviación Antonio Briceño Linares)
Faltaban 4 minutos para el año 1996 y toda la familia estaba reunida. El
nieto de Florencio Gómez Núñez empezó a preparar la botella de champaña para
descorcharla. En el rostro del abuelo hubo una expresión de tristeza y su
esposa, compañera de toda la vida, lo acarició. Don Florencio cerró los ojos.
No llegó al 1996. Al sepelio del fundador de la Fuerza Aérea Venezolana (FAV) e hijo menor del General
Gómez, asistieron el Ministro del Interior, Ramón Escovar Salom, el escritor
Arturo Uslar Pietri, el ex Presidente Ramón J. Velásquez, el Comandante General
de la FAV, General de División Fernando Paredes Niño, y el Decano de los Comandantes
Generales de la FAV, General Antonio Briceño Linares, quien envía a Zeta el
siguiente relato.
Al despuntar el nuevo año y
celebrando su advenimiento en medio de sus familiares, partió rumbo al infinito
Don Florencio Gómez Núñez, cuyo recuerdo perdurará “Ad honorem” en los anales
de la Fuerza Aérea en virtud de haber sido el propulsor de su progreso durante
los años iniciales de su fundación y cuando por causa de algunos accidentes
ocurridos, el Benemérito General Juan Vicente Gómez, en su condición de Jefe de
Estado había ordenado suspender las actividades aéreas de la Escuela de
Aviación Militar, cuna de la Institución.
Como lo registra la historia de la
entidad, y lo relata Don Florencio en su meticuloso libro "Mis Apuntes sobre la Aviación Venezolana", publicado en el año 1970,
en el cual narra su primer contacto visual y emocional con el avión, hecho
ocurrido en San Juan de los Morros durante una demostración acrobática en honor
al General Gómez, el día 20 de febrero de 1920, realizada en un avión de caza
por el piloto italiano Tte. Cosme Rennella, quien se había destacado como
piloto en la Primera Guerra Mundial.
Al descender del avión, Rennella fue
felicitado por el General y su comitiva oficial. Esta circunstancia, comenta
Don Florencio, sirvió de incentivo para que el General Gómez pensara en la
creación de una Escuela de Aviación expresando en Consejo de Ministros que:
“Venezuela tiene que tener su aviación
y será nuestro orgullo de venezolanos cuando veamos a nuestros pilotos realizar
las maniobras del aviador Rennella”.
"En la primera quincena del mes de
marzo de 1920, después de su regreso de San Juan de los Morros, el Gral. Juan
Vicente Gómez al recibir cuenta del Presidente Encargado Dr. Victorino Márquez
Bustillos, le dio instrucciones para que redactara un Decreto creando la Escuela de Aviación Militar",
y el 17 de abril se promulgó el mismo, por lo que Venezuela fue uno de los
primeros países suramericanos en tener su propia aviación. La escuela
funcionaría en Maracay bajo la supervisión de la Comandancia en Jefe del
Ejército y del Ministerio de Guerra y Marina.
Al mes siguiente, 22 de mayo de 1920,
se hicieron las diligencias pertinentes para la contratación en Francia de una
Misión de Instructores que se encargara de la enseñanza de nuestros futuros
aviadores, decidiéndose que el personal de alumnos será integrado por oficiales del Ejército y de la Marina y por civiles aceptados como voluntarios. Luego, el
26 de junio se adquirió un terreno para construir el campo de aviación en el
sitio denominado San Jacobo, ubicado en la parte noreste de la ciudad de
Maracay y el 10 de diciembre se instaló la Escuela de Aviación Militar. Se efectúan los
primeros vuelos de instrucción, correspondiéndole al alumno-piloto Sub-Tte.
Francisco Leonardi, el honor de ser el primero en recibir doble comando, el 10 de diciembre fecha en que se lleva a cabo la ceremonia de la inauguración de la Escuela.
Don Florencio solía frecuentar la
Escuela para presenciar la actividad aérea, fomentando por esta circunstancia
una cordial amistad con la pléyade de los primeros alumnos integrada por los
Subtenientes Miguel Rodríguez, Francisco Leonardi, Manuel Ríos y otros. Este
caracterismo influyó para despertar en él una gran afición por el vuelo, a tal
extremo que en 1925 recibió su bautismo del aire en un avión piloteado por el
Capitán Roberto Guerin.
Debido a su naturaleza, era normal
que en los prolegómenos de la Escuela ocurrieran algunos accidentes, entre los
cuales cabe mencionar dos sucedidos, el 19 de diciembre de 1923, al aterrizar
dos alumnos en el campo de aviación durante los actos realizados para celebrar
el aniversario de la causa decembrina, a los cuales asistía el General Gómez
acompañado de altos dignatarios. A estos dos accidentes se aunó pocos días
después el aparatoso aterrizaje de un avión “Farman” piloteado por el Capitán
Jean Fieschi, Jefe de la Misión Francesa, ocasionando la destrucción de 5
aviones ubicados en la rampa de estacionamiento de la Escuela, quedando la
misma sin aviones para proseguir la instrucción de vuelo. Tal circunstancia
influyó en el ánimo del General Gómez para que ordenara la suspensión aérea.
En el ínterin, durante el primer
semestre del año 1924, circuló insistentemente la especie de que la Escuela iba
a ser clausurada. Tal causa influyó para que el personal mecánico capitaneado
por Ernesto Salas Agelvis y José Segnini,
hablaran con Don Florencio para
manifestarle el deseo de construir un avión con los restos de los aviones destruidos,
con el fin de que el avión volara y tratara de revivir en el ánimo del Gral.
Gómez, el propósito de fomentar la aviación militar. Auspiciada la idea por Don
Florencio los animó para que lo armaran y emprendieran de inmediato la labor.
Cuando el avión estuvo terminado a
mediados de 1924, Don Florencio con mucha sutileza empezó a tratarle al General
la conveniencia de reactivar la Escuela y más tarde le informó que los muchachos
tenían listo un avión para volar a lo cual le respondió que las noticias que
tenía respecto a la aviación no eran favorables, pues, se estaban exponiendo vidas
inútilmente.
Como quiera que desde el momento de
la reconstrucción del avión Don Florencio, se había convertido en una especie
de adalid en pro de la rehabilitación de la Escuela, urdió un plan para que durante
el paseo matinal que el General solía hacer a “Las Delicias” se volara el
avión, y un buen día, a las 7 de la mañana, cuando el automóvil del General se
desplazaba por el frente del campo de aviación y mediante una señal convenida
iniciarían el despegue. Efectivamente así se hizo y el avión piloteado por el
Sub- Tte. Miguel Rodríguez efectuó un vuelo perfecto.
Esta circunstancia influyó favorablemente
en el ánimo del General y de inmediato dictó órdenes para reabrir la Escuela.
De este avión que los mecánicos bautizaron “La Chiva” por haberlo armado con
restos de los aviones destruidos en los accidentes citados, existe una réplica
en el Museo Aeronáutico en Maracay.
El General Gómez ordenó reorganizar
la Escuela y adquirir, nuevo material volante en Francia y que como medida
previa se contratara un Instructor-Piloto y un Jefe Mecánico para el plantel.
Esto influyó para que en el seno de
la Fuerza Aérea sea considerado Don Florencio como su imponderable propulsor.
Al cabo de unos meses, constatando el
General Gómez el interés de Don Florencio por el arma, decidió a mediados del
año 1925, ordenar al Ministerio de Guerra y Marina que se le consultara en todo
lo relativo a la Aviación. Tal decisión obró para que Don Florencio fuese
asesor del Ministerio hasta el fallecimiento del General Gómez, en diciembre de
1935.
Así mismo Don Florencio por razones
históricas también se convirtió en propulsor de la Aviación Comercial cuando la
“Compagnie Generale Aeropostale” en Venezuela por causas deficitarias, había
decidido suspender los servicios en el país. Enterado Don Florencio de tal
decisión diligenció en forma muy activa la compra de la Empresa a su nombre y
seguidamente actuó para transferirla al patrimonio del Estado con el nombre de
Línea Aeropostal Venezolana subrogándole el contrato celebrado por los
franceses con el Ministerio de Fomento y para su funcionamiento se designó un
grupo de pilotos y especialistas de la Fuerza Aérea.
Estos actos han influido para que con
el devenir del tiempo en el seno de la Fuerza Aérea sea considerado Don
Florencio un benefactor con quien se tiene empeñado “ab límite” el
reconocimiento y gratitud dispensándosele a la vez todos los honores vigentes
en la Institución, y con el fin de perpetuar su memoria fue creado, el 27 de
abril de 1993, el premio “Don Florencio Gómez Núñez” que se otorga anualmente a
aquellas personas venezolanas o extranjeras que hayan realizado trabajos en el
campo tecnológico o científico de tal mérito que contribuyen al progreso de la
Fuerza Aérea.
Igualmente es digno de mencionar la imposición de la Medalla al Mérito Aeronáutico “Carlos Meyer Baldo” que le fue impuesta, el 19 de abril de 1988, en el Museo Aeronáutico en Maracay, por el entonces Comandante General de la Fuerza Aérea, General de División Jesús Ramón Aveledo Penso, entregándole a la vez una maqueta del avión “CAUDRON G-3” réplica de la famosa "La Chiva" expuesta en el museo.
Igualmente es digno de mencionar la imposición de la Medalla al Mérito Aeronáutico “Carlos Meyer Baldo” que le fue impuesta, el 19 de abril de 1988, en el Museo Aeronáutico en Maracay, por el entonces Comandante General de la Fuerza Aérea, General de División Jesús Ramón Aveledo Penso, entregándole a la vez una maqueta del avión “CAUDRON G-3” réplica de la famosa "La Chiva" expuesta en el museo.
En el luctuoso momento de la sepultura
de Don Florencio, el Embajador Leonardo Altuve Carrillo pronunció unas
sencillas frases a manera de elegía, destacando la bondadosa condición humana que
lo adornaba. También habló quien escribe en su carácter de Decano de los Ex-Comandantes Generales de la Fuerza Aérea en la era democrática, manifestando
interpretar cabalmente el sentimiento de pesar que impera en la Institución por
el sensible fallecimiento del extinto.
El postrer honor que se le dispensó a
Don Florencio Gómez Núñez, lo constituyó el vuelo de una escuadrilla de aviones
de la Escuela de Aviación Militar sobre el Cementerio General del Sur en el
momento de sus exequias, a las cuales asistió el Comandante General de la
Fuerza secundado por los oficiales generales integrantes del Alto Mando Aéreo.
General de División Aviación Antonio Briceño Linares
(Revista ZETA Nº 1069 - 18 de enero de 1996).