(Por: P. L. Blanco Peñalver)
El Benemérito General Juan Vicente Gómez, Presidente de la República de
Venezuela, responde cariñosamente al saludo de su pueblo, desde el balcón de su residencia en la ciudad de Maracay.
"Aquel hombre tan extraordinario como cordial y sencillo".
Soy de aquellos que conocieron al General Juan Vicente Gómez y puedo no
ser prolijo para decir con acento periodístico cuáles fueron las oportunidades
en que lo conocí, saludé y traté personalmente entre los años de
Pocas semanas después asistí a una reunión en el Hipódromo de "El Paraíso". Allí estaba Gómez. Lo pude ver muy cerca mientras él observaba las carreras desde el Palco Presidencial, llevándose a los ojos unos anteojos largavista. Todos hablaban, menos él. A los pocos días, en el mismo ambiente, pude verlo a caballo comandando una revista militar, a la que asistía el Congreso en pleno, bajo los aplausos de lo más granado y valioso de la sociedad y el mundo caraqueño. Al otro día se presentó al Congreso y leyó un brevísimo mensaje escrito por propia mano que decía:
"Bien sabéis que siempre he preferido la obra a la promesa. Ayer os presenté en una revista al moderno Ejército venezolano, garantía de la paz y del progreso de Venezuela, a los que estoy consagrado desde que me elegisteis para presidir la República".
Pasan los años. Es 1921. Un cercano familiar mío que ya conocía a Gómez
desde 1914, me presentó al edecán Coronel Abigail Olivares, quien me dio
oportunidad de hacerme presente en Las Delicias, coincidiendo esto con la
llegada a Maracay del General Isilio Febres Cordero, entonces presidente del
Estado Zamora (hoy Barinas), de quien entré a fungir de Secretario Privado. Por
tanto fui del séquito del Caudillo de Diciembre, como se le llamaba entre todos
aquellos personajes. Gómez preguntó: "¿Quién es ese joven?". No
faltó quien le contestara, no sé si el Coronel José María Márquez Iragorry o
Julio Anselmo Santander: "Mi General, Ese joven acompaña a don Isilio".
Contestó el Benemérito: "Anjá, no me ha saludado, pero no importa". Yo
seguía todos sus pasos, oyéndolo, observándolo, apartándome del lugar por donde
él podría pasar. Ni cerca ni lejos. Realmente nunca fui presentado a Gómez; sin
embargo...
En Caracas, unas veces acompañando al querido don Isilio, otras veces por mi sola cuenta, me introducía entre los acompañantes. Así fue una vez hasta la variante de Blandín, cuyos trabajos él vigilaba diariamente; y en otra oportunidad al consultorio dental del Dr. Noel, entre las esquinas de Ibarras a Pelota. Mientras Gómez se hacía revisar la dentadura, nosotros, sus acompañantes nos dedicábamos a aprender a bailar con el profesor Mario Amelotti; allí nos relacionábamos con bellas y atractivas damas caraqueñas. Todo ello muy divertido e interesante. Varias fueron las veces que Gómez fue al consultorio del Dr. Noel.
Ya más espigado, en 1924, vuelvo a estar en Maracay. Tengo amistad con los generales José Rafael Gabaldón, asiduo acompañante. Lino Díaz, el General Rafael María Velasco, el Dr. José Jesús Gabaldón y el siempre amigo edecán Abigail Olivares, eran las personas a quienes me acercaba, por serme gratos.
El mismo que me acercó al bueno de Abigail, me acercó al Dr. Urdaneta Maya. ¿Qué mejores fiadores podía yo tener para ser del séquito del General Gómez? Conocí el momento en que don Luis Pérez, administrador de los bienes de Gómez, padre del actual Gobernador de Caracas, Enrique Pérez Olivares, le dijo en la plaza Girardot, acercándose al General Lino Díaz: "Esta mañana, en la cuenta, me ordenó el General Gómez que le dijera a Ud. que quería hablarle; que lo esperaba a las 8". Esa fue la oportunidad en que le dio aviso de que lo había recomendado a la legislatura de Anzoátegui para presidente del Estado. El nerviosismo del General Lino Díaz fue inocultable. Parece que le agregó: "Antes de irse, procure hablar con mi hijo José Vicente". Fue poco lo conversado. A Marcelino Torres García, le dijo: "Ordené una pensión para su hijo". Urdaneta Maya, saliendo de la "Cuenta", me llamó y me dijo: "Le voy a dar una tarjeta de recomendación, a nombre del General Gómez, para que Lino Díaz lo utilice". Y me perdí de vista hasta 1929, en que me despedí del General Gómez en razón de ir en recorrida hasta el Táchira, conociendo la Gran Carretera Trasandina, con viático que me obsequió el Dr. Pedro Manuel Arcaya, Ministro del Interior.
A mi regreso volví a saludar al General Gómez, distrayéndome en Maracay, donde era asiduo asistente al Teatro, oportunidad en que recibía el saludo de aquel hombre tan extraordinario como cordial y sencillo.
Cuando él dormía, entre las 10 de la noche y las 5 de la mañana, no se podía pasar frente a la casa del Comando. Una silla atravesada en el medio de la calle frente a la Iglesia, era la señal de que por allí no se permitía pasar: Gómez dormía o descansaba. Ningún aparato acompañaba al silencio de la hora.
Cuando vuelvo a Maracay, es el momento en que los Diputados Aurelio Beroes, Angulo Ariza y otro, han provocado la caída del Dr. Juan Bautista Pérez. Esto lo relata el Dr. Ramón J. Velásquez con admirable claridad. Se abren las ventanas de la casa donde vive Gómez. Llegan desde Caracas los más destacados miembros del Congreso Nacional. Los preside el General Rafael Cayama Martínez. Los más allegados se acercan a curiosear en torno a las tres ventanas. Nadie lo impide y soy uno entre tantos, con el oído atento a lo que allí ha de ocurrir en tan excepcional momento. Los congresantes se miran las caras. Cayama viste de gris, imponente y rasurado hace poco; el Dr. Rafael Garmendia Rodríguez, por estar vestido de riguroso negro y provisto de un sencillo impermeable, luce más pálido que nunca con rostro inexpresivo. Allí están Angulo Ariza, el ingeniero Aurelio Beroes, contertulio del General Gómez, cuando éste dirigía el Acueducto de Maracay, que trajo a la capital aragϋeña las aguas de El Castaño. Eso también lo vi.
No es mucha la espera. El General Gómez solo parecía esperar a que se hiciese el silencio y los congresantes se ambientaran en aquella encortinada sala que presidía el gran retrato que del Coronel Alí Gómez había ejecutado el inspirado pincel del ya célebre pintor Tito Salas.
Tenemos a nuestro hombre en traje militar gris, sin correajes, sin quepis, bien asentado el cabello, sin edecanes que lo cuiden ni se pongan a su espalda; ni siquiera Tarazona estaba por todo eso. A propósito de este sujeto, solo cuidaba a Gómez cuando éste estaba en Maracay, nunca se le vio en Caracas. Parecía ser alérgico a Miraflores. El grupo de edecanes y altos jefes militares guardaban compostura en todo el ancho corredor de la Casa Presidencial. Una voz sale del centro de una gran mesa que está en un ángulo muy visible. Desde allí habla el General Gómez, sin estar precedido de saludos ni cumplidos congresiles. Ellos, como atornillados.
"Ya sé a lo que han venido... yo esperaba que me vinieran a exigir... yo encontré a Caracas como una casa en ruinas... Ya ven como la he puesto. Todavía recuerdo los caballitos flacos de los tranvías. Ya les diré lo que deben hacer si quieren complacerme..."
"Sí, sí, sí", exclamaron todos
los congresantes.
P. L. Blanco Peñalver
(Publicado en el Diario "El Universal", el 19 de mayo de
1980).