DISCURSO PRONUNCIADO EN EL CAMPO DE CARABOBO POR EL DOCTOR RAFAEL REQUENA,
PRESIDENTE DEL ESTADO ARAGUA EN 1930.
Ciudadano Presidente de la República;
Ciudadano Comandante en Jefe del Ejército Nacional;
Ciudadanos Ministros del Despacho Ejecutivo;
Excelentísimos señores Miembros del Cuerpo Diplomático y Representantes
especiales de Naciones;
Ciudadano Presidente del Estado Carabobo;
Señoras;
Señores:
Os pido un instante de íntimo recogimiento en el cual musiten nuestros
labios una plegaria sencilla y pura por el descanso eterno de los restos
mortales de Simón Bolívar!
Y dije por sus restos mortales, solamente, porque su alma múltiple no es
como la nuestra a quien la piedad cristiana puede decir: Resquiestcat in
pace!...No; ella no descansa ni descansará jamás!
Su alma de estadista y de guerrero flota en la atmósfera de los pueblos que
libertara; da vigor al brazo que impone el orden donde reinara la anarquía, y
prestará siempre las inspiraciones de su genio a quien, en las labores de paz,
exalta su magna obra hasta lograr que rinda el merecido tributo de la justicia
universal.
Cuanto el alma lírica del poeta…un mago de la ciencia francesa sorprendióla
en vuelo romántico por los espacios siderales y la fijó para siempre, como gema
de mil facetas fulgurantes, en la luz de una estrella.
Bolívar! He aquí el nombre que todo venezolano debe pronunciar con
estremecimiento de orgullo; el del varón excepcional, nacido en esta tierra,
cuya memoria, conmueve hoy el corazón, no sólo de los americanos, sino de la
humanidad entera, pagada de haber alcanzado en él su tipo máximo: el Super-Hombre,
honra de la especie y gloria del planeta. Desprendido de la arcilla corpórea,
su espíritu ilumina ya con fulgores de sol los ámbitos del mundo.
No ha habido en la especie humana vida más bella ni más consubstanciada con
el ideal. Diríase que toda su existencia fue impulsada por la fuerza suprema de
esa chispa celeste, y que cuando, en su delirio sobre el Chimborazo, se sintió
“como animado por un fuego extraño y superior” no fue el “Dios de Colombia” que
lo poseyera, sino el Dios verdadero y único, en todas las manifestaciones de su
excelsitud proteiforme. Porque ÉL fue un aliento de la Divinidad; una
encarnación de esas con que place al Omnipotente presentarse al hombre para que
pueda prefigurárselo. Día vendrá en que el culto de la libertad será considerado
como su propia religión, y entonces tendrá doquiera templos y altares este
nuevo Redentor.
Como Jesús tuvo ÉL su doloroso Calvario; pero ha tenido también su gloriosa
Resurrección. Y, justicia es proclamarlo, nada ha contribuido a ella con mayor
eficacia que el fervor patriótico del General Juan Vicente Gómez. Porque,
mientras en la mesa de disección de los laboratorios se analizaba la
personalidad del Grande Hombre, buscando en los postulados de rigurosos métodos
científicos si fueron genialidades o demencias los frutos de su preclara mente,
el Gran Bolivariano exaltaba las indiscutibles glorias del Héroe, hacía
prosperar la obra del Titán, predicaba la doctrina del Semidiós, y sacaba del
olvido sitios que hizo históricos su paso por la vida.
Así, la casa en que viera la primera luz el que fue después Sol de América
convertida otrora en cueva de mercaderes y traficantes, fue restaurada a su
antiguo esplendor y enriquecida con reliquias y obras de arte nacionales, como
correspondía a ese Belén de la libertad suramericana, adonde las generaciones
irán reverentes a presentar su oblación de amor al portentoso demiurno.
Unidos por el común ideal de Patria, los libertadores persiguieron con
entusiasmo una primordial finalidad: triunfar; pero, tan pronto como la
lograron se debatieron los más en espantosa anarquía. Bolívar no podía tomar
participación en esas contiendas cuyo principal móvil era la ambición de mando,
y el resultado inevitable la guerra fratricida. Terminada en Ayacucho la
dominación española ya no había para él enemigos que vencer; y mal podía
aceptar la lucha a que lo provocaban los mezquinos intereses de círculos, quien
se había “elevado por sobre la cabeza de todos” y “superado a todos los hombres
en fortuna”.
Invadió el morbo el cuerpo mortal del Semidiós, y, decepcionado, triste,
pensando que su obra estaba perdida; que a pesar de tanto sacrificio consumado
y tanta sangre derramada, sólo había “arado en el mar”, se ofreció en
holocausto, como víctima propiciatoria, en aquel postrer clamor, que expresa
toda la nobleza de su alma: “Si mi muerte contribuye para que cesen los
partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Sufrió
todas las asechanzas, sintió todas las salpicaduras de lo ruin, la calumnia lo
hirió con su diente afilado, y pagó caro el nimbo que lo circundaba. Con
sobrada razón dijo el poeta que “la mayor culpa es tener gloria y renombre”. La
envidia, la ingratitud y la traición, más implacables que el microbio
destructor, aniquilaban su espíritu, y se consumió en la hoguera de su propia
grandeza!
Sí, más que por el agotamiento físico, el Libertador desfalleció por el
sufrimiento moral: vio desconocidos sus esfuerzos, ultrajada su honra, en
ruina, al nacer, la obra de su genio, y, lo que debía serle más sensible, su
madre patria, víctima del desenfreno de las pasiones, condenada a experimentar
los horrores de la guerra intestina! Fue así que, habiendo pagado su último
tributo a la naturaleza el Hombre Sol, su espíritu, lleno siempre de amor para
su pueblo, quedó por largo tiempo expiando, voluntariamente, los pecados de sus
hijos.
Pero, sonó al fin la hora de su liberación, a la sombra tutelar de aquel
venerable Samán de Güere, que cobijó un día a los venezolanos unidos en el
santo ideal de Patria y los vio después destrozarse, como fieras, en la
contienda fratricida. Allí, en efervescencia aún las pasiones partidarias, un
Magistrado, consciente de sus deberes, rechazó los halagos de una bandería con
estas sencillas palabras: “Por la Patria y por la Unión”. Esas palabras,
pronunciadas por Gómez, el 27 de abril de 1909, fueron la lápida de la anarquía:
sepultadas quedaron las viejas rencillas, y con ellas la alterna oligarquía de
los partidos.
El pabellón de la Patria había sido desgarrado y cada uno de sus colores
servía de divisa a una facción política. El General Gómez recogió esas divisas,
las comprimió en sus férreas manos, y, arrojándolas luego al viento, con
indignación patriótica, vióse, como por obra de taumaturgia, flamear nuevamente
unidos los tres tonos del iris nacional, cobijando a todos los venezolanos, sin
distinción de credos, en el seno de una Patria digna, opulenta y feliz. El alma
del Libertador se estremeció de gozo, y salió de su larga expiación de ochenta
años al ver cumplidos sus últimos anhelos. Después subió a los cielos a esperar
la apoteosis que hoy le hacen, unidos a nosotros, todos los pueblos libres de
la tierra.
Señores:
A fuerza de patriota y de civilizador el General Juan Vicente Gómez
concibió con notable acierto el soberbio monumento que contemplamos. Aquí mismo
lo oímos, hace poco, describiendo, al ilustre escultor español Rodríguez del
Villar, cómo debía ejecutarse esta grandiosa obra, que con tanta fidelidad y
competencia ha llevado a cabo el artista. La idea es feliz y la ejecución
maravillosa: Los monumentos laterales muestran que, después de la lucha habida
entre Venezuela y España, simbolizadas en cóndores y leones, respectivamente,
éstos han quedado custodiando los emblemas de ambas naciones, mientras
aquéllos, posados en las cúspides, recogen, con las alas abiertas, para
llevarlo a mayores alturas, el homenaje que los dos pueblos rinden a la gloria
del Libertador, honor excelso de la raza. Las figuras que personifican estas
naciones sostienen sobre el pecho lámparas votivas donde arde perpetuamente la
llama de la gratitud por los paladines que evidenciaron en la lucha grandes
virtudes heredadas. Sobre un macizo de piedras milenarias, bañadas con sangre de
héroes en las jornadas de “La Puerta”, y que el General Gómez hizo trasladar a
este sitio, descansa el sólido pedestal de granito del monumento central, que
comienza con siete escalones, sellado cada uno con una estrella, representando
las siete provincias de que se componía Venezuela. A derecha e izquierda del
pedestal, sendos bajos-relieves marcan: uno, con espadas, las once de la
mañana, momento en que comenzó la lucha: y otro, con ramas de laurel, las doce
del día, hora en que se decidió la batalla con el triunfo de nuestra armas. En
el centro, en grupo alegórico, se ostenta vigorosa la nueva raza formada por la
unión espiritual de los dos pueblos. A los lados de ese grupo, en plano
superior, hay cuatro estatuas ecuestres, y seguirán otras de igual talla, con
una representación completa de los Jefes y las armas que se distinguieron en la
lucha. Esos trabajos están ya terminados y no han podido colocarse, en los
sitios allí señalados, por haber resultado escaso el tiempo para la magnitud de
la obra. Coronando el monumento, como llevado por el empuje ciclópeo de bravos
combatientes, sobre los hombros de la Fama, aparece, en arrogante corcel,
asistido por el Genio y la Victoria, la figura culminante: Bolívar!, señalando
con el índice, a la veneración de todos los tiempos, el sacrosanto lugar donde
quedó asegurada nuestra Independencia, y con ella la de toda la América
Española.
¡Qué monumento tan suntuoso y qué base tan gloriosa! El alma de esas
piedras de “La Puerta” lloró, sufrida, los desastres de las huestes patriotas
en aquel sitio; pero, en justa compensación, tuvo el alborozo de ver los
primeros destellos de la paz en la espada vencedora del General Gómez. Hoy
contempla confundidas derrotas y victorias en este monumento que perpetúa la
gloria inmortal de Carabobo y simboliza el triunfo definitivo de nuestra
Independencia.
De todas las enseñanzas que dejó Bolívar a la posteridad ninguna más
conmovedora que la de haberse erguido en las derrotas con el espíritu intacto y
el corazón entero. Aquel hombre extraordinario sabía, coronar sus noches con
radiantes auroras. Con los desastres de “La Puerta” sintió multiplicadas
aquellas energías que hicieron decir al Conde de Cartagena que era más temible
en la derrota que en el triunfo. Esa virtud de no doblegarse en la adversidad y
de perseverar en la lucha es la que ha querido inmortalizar el General Gómez al
colocar las piedras que contemplaron los fracasos de Bolívar como base de los
bronces que proclaman hoy su gloria. Así, sobre las negruras impenetrables de
las derrotas de “La Puerta” van a esplender las estrellas rutilantes de la
batalla de Carabobo!
Recortado el confín por la cresta de la serranía vecina, el horizonte se
acerca y parece más próximo el firmamento. Quizá sean estas llanuras el sitio
de Venezuela donde más cercana se vea la bóveda celeste. Y por ello pensó el
General Gómez que no podía tener mejor techumbre este templo de la Patria que
la diáfana y pura cúpula del cielo, con la gran lámpara de oro del sol y la luz
argentada de los astros.
¡Salve, monumento glorioso, que evocas los días leyendarios de la Magna
Gesta y serás constancia eterna de cómo se elevan los pueblos dirigidos por el
sano patriotismo. Con el arco que te sirve de pórtico y con tu soberbia
construcción ha realizado el General Juan Vicente Gómez de manera espléndida el
decreto del Congreso de Cúcuta que ordenó levantar una columna ática para
recordar a la posteridad la gloria de Carabobo. Debía tocar también el pago de
esa deuda moral a este hijo de Venezuela, el gran glorificador de Bolívar
predestinado para la continuación de su obra, para la conmemoración de las
grandes efemérides de la patria y para las justicieras reparaciones de su
historia.
Señores:
Asistimos también en este día a la inhumación de los restos del Soldado
Desconocido de la Independencia, hallados en el campo de Ayacucho y mandados a
depositar en esta tierra de Carabobo por la providente justicia del General
Juan Vicente Gómez. Ningún sitio más a propósito que este campo inmortal para
guardar los despojos de ese héroe anónimo, que, fascinado por Bolívar, hizo con
el gran guerrero la campaña sin igual en los fastos de Marte y contribuyó con
su sangre al triunfo de la Libertad.
¡Pobre hijo del pueblo, tú eres digno de estas honras porque luchaste como
bueno acompañando al héroe portentoso en la realización del noble pensamiento
de libertar a nuestros hermanos del Sur. Saliste de tus lares abandonando
afectos; trepaste cumbres y atravesaste ríos combatiendo a toda hora; y, cuando
el plomo enemigo tronchó tu heroica vida, sólo había en tu morral de soldado
ideales y visiones de la Patria.
Soldado heroico, ya puedes descansar tranquilo en el seno de esta tierra,
satisfecho de la suerte de tus hermanos, los hijos del noble pueblo venezolano.
Educados ellos en la escuela del civismo, durante cuatro lustros de paz
proficua, y con plena conciencia de sus derechos a la vida civilizada, no son
ya, como antaño, fácil presa de los ambiciosos para el motín y la guerra; no
empuñan el fusil fratricida del faccioso, sino las herramientas del trabajo o
las armas del ejército que garantizan la vida ciudadana y mantiene el decoro
nacional.
Soldado glorioso, descansa
en paz!
Señores:
Hace diez años que en este mismo campo, con el carácter de Presidente del
Congreso, cúpome la honra de llevar la palabra del Soberano Cuerpo para
declarar “urbi et orbe” que el General Juan Vicente Gómez era el hombre
necesario para regir nuestros destinos en el presente y en el porvenir. Los
sucesos ocurridos en ese lapso han probado que no se equivocaron los
Representantes del pueblo: la esperanza de un porvenir risueño se ha convertido
en la brillante realidad del presente que contemplamos con legítimo orgullo.
Cuando casi todas las naciones del orbe luchan por resolver serios problemas
políticos, económicos o raciales; se desangran los pueblos en las luchas
armadas o se asfixian en los tentáculos del pulpo de los empréstitos, y la ola
roja del bolchevismo, se agita en los mares o invade toda la tierra,
dislocándolo todo, en un crudo ataque de demencia; destruyéndolo todo, con
furia de ciclón, Venezuela, pregonémoslo con júbilo, presenta el edificante
ejemplo de un país orientado definitivamente por los senderos del orden. Con
progreso creciente y en pleno goce de su autonomía política y social; trofeos,
esos, que sintetizan las grandes conquistas alcanzadas en su vida cívica y que
colocan hoy sobre la tumba de su Libertador como el más digno homenaje a su
venerada memoria.
¡Gracias, General Gómez! Gracias, a nombre de todos los pueblos de
Venezuela. Porque, ¿quién puede negar su gratitud al fervoroso patriota que ha
tenido la gloria de preparar esta hermosa ofrenda a los manes de Bolívar?
Nadie ha podido olvidar el desastroso estado en que se hallaba el país
cuando entrasteis a presidir su Gobierno: sangrante y desmoralizado por las
revoluciones, en bancarrota su hacienda, bloqueado por deudas, relajados todos
los resortes de la administración y rotas sus relaciones con casi todos los
pueblos de la tierra. ¡Aquello era el caos! Y de él hicisteis surgir la
Venezuela moderna, organizada y próspera, con asiento en la Sociedad de las
Naciones, donde alcanza el honor de la consagración universal de su Héroe
Máximo, el vidente precursor de la Institución más noble que haya concebido la
inteligencia humana.
La figura de Bolívar, como la de todo creador, crece en la relación con la
prosperidad de su obra; y Venezuela puede estar orgullosa de contribuir a ello
mostrando los principales progresos que ha alcanzado: estabilizar el orden,
sanear material y moralmente el país, fundar Bancos protectores de las
industrias madres y del obrero, educar al pueblo, darle pan en todo género de
trabajos públicos, organizar ejército y aviación, cruzar de carreteras modernas
todo el territorio, erigir monumentos dignos de la memoria de los héroes, y
finalmente, pagar en su totalidad la enorme deuda que pesaba sobre sus finanzas
presentándose al mundo como ejemplo único de perfecta solvencia en la vida
actual de las naciones.
Mas, si en todo esto, que debemos a la experta dirección del Caudillo de la
Paz, no ven, unos pocos venezolanos, labor digna de ti, oh Libertador! Ilumina
sus cerebros para que reconozcan los frutos del verdadero patriotismo.
Sea para los obcecados la tristeza de no haber contribuido a este
renacimiento nacional, que no reconoce límites en los nobles anhelos del Gran
Patriota; para ellos el dolor de haber vertido sangre hermana en inútiles intentonas
contra un orden de cosas sancionado mil veces por la voluntad popular y
prestigiado doquiera por la efectividad de su aporte al progreso universal.
No el acaso ni la fortuna, sino las victorias de las armas y los triunfos
del civismo han creado y mantenido la reputación y autoridad del Jefe de la
Causa que ha rehabilitado a Venezuela, utilizando las aptitudes de mayor
relieve en todas las actividades nacionales. La labor de patria que viene
realizando, no está, pues, a merced del primer caudillejo, sin
responsabilidades, que pretenda detener su progreso. Ella se defenderá en toda
ocasión, hoy y mañana, con el derecho que tiene el bien de conservar su
poderío. Así piensan los que inspiran en el patriotismo del General Gómez y
tienen la conciencia de sus deberes.
Nadie ha honrado mejor que vos la memoria de Bolívar, ciudadano General,
porque habéis tenido por lema su elevado pensamiento: “la gloria está en ser
bueno y en ser útil”. Está plenamente demostrado, con hechos que, después de
los libertadores, sois el venezolano que más beneficios ha proporcionado a la
Patria. Natural es que se haga alta mención de vuestro nombre en este momento,
porque vuestra labor ha ligado en todo las glorias del pasado con las del
presente y las ha hecho solidarias en lo por venir. Podéis estar seguro en la
estabilidad de vuestra obra, porque ella ha penetrado en el corazón del pueblo
y captado su eterna gratitud. No habéis erigido estatuas para perpetuar vuestra
memoria; pero la posteridad os verá sobre un pedestal muy alto: el de esas
carreteras que se empinan hasta las cumbres de los Andes, disputando a los
cóndores la altura, para pregonar a todos los vientos las conquistas de la
Venezuela rehabilitada, conforme a los anhelos de nuestro Héroe Epónimo.
¡Padre Libertador! Ante este altar que la Patria regenerada consagra a tu
memoria, hacemos tus buenos hijos la promesa de continuar fieles a tu gloria,
laborando en el seno de la paz, única atmósfera propicia al bien, por la
prosperidad y ventura de esta tierra que te adora! Un pueblo agradecido y un
ejército de leales, guiados por la espada vencedora en “La Puerta” y “Ciudad
Bolívar”, garantizan el cumplimiento de esta promesa.
Publicado en el Periódico “El Nuevo
Diario”, el 19 de diciembre de 1930.