Vista parcial del Monumento a la Batalla de Carabobo. El Benemérito
General Juan Vicente Gómez, iniciador de tan soberbio homenaje a la consagración
de la Gloria del Héroe Máximo Simón Bolívar, puede sentirse orgulloso de su
obra, pues es, sin disputa, el mejor Monumento que se ha erigido a El Libertador
y Padre de la Patria en 1930.
Al presenciar en la sabana de Carabobo, los grandiosos funerales con que
la República de Venezuela celebró el Primer Centenario de la Muerte del
Libertador, cualquiera fiesta de carácter profano habría resultado inadecuada
para evocar el momento desolado en que el Padre de la Gran Colombia, con el
alma transida de dolor, cerró los párpados para siempre. Una tragedia auténtica
no se revive con ceremonias cívicas. ¡Delante de la agonía del cóndor, se hacía
necesario el incendio de un sol! Enfrente de la estatua de Bolívar, había que
construir un altar. El sacrificio de Jesucristo era lo único que podía levantar
las almas emocionadas hasta las regiones celestes de donde vuela el alma
libertada del Libertador.
Así lo comprendió el General don Juan Vicente Gómez, Comandante en Jefe
del Ejército de Venezuela, cuando dispuso que el Centenario Bolivariano se
celebrase con una Misa de Campaña, en el Campo de Carabobo, allí en donde el
héroe máximo ganó la batalla que puso fin al poderío de España en la América
del Sur. ¿Os imagináis a miles de gentes, acudiendo en una peregrinación
religiosa y patriótica, al teatro de la hazaña? La sabana está rodeada por un
cerco de colinas verdes y alegres, y más que un campo de guerra, parece un
escenario pastoril de églogas virgilianas. La línea del horizonte es suave y
ondulada; la atmósfera es transparente y permite ver las más ligeras
rugosidades de la serranía lejana; el cielo, que es celeste pálido al
aproximarse a la tierra, es de un azul encendido en el zenit. Bolívar que,
además de ser un héroe epónimo, fue un artista refinado, debe haber sentido una
alegría inmensa al ver que lo mejor de sus batallas se ganó en un campo digno
de ser habitado por faunos y por ninfas.
La ceremonia se compuso de cuatro números espléndidos: la inauguración
del monumento conmemorativo, que se erigió en el centro de la sabana; la
inhumación de los restos del soldado desconocido de la Independencia; el canto
del himno a Bolívar, compuesto expresamente por el Maestro Alfano; la gran misa
atendida por los altos funcionarios de la República, por varias brigadas del
Ejército y por miles de gentes que acudieron de todas partes a presenciar el
imponente rito.
Al descubrirse el bronce, el Presidente del Estado Aragua pronunció un
discurso que parecía esculpido en granito. El doctor Rafael Requena posee todas
las cualidades que debe tener un orador: magnífica presencia, voz metálica,
imaginación viva y pensamiento profundo. con la honrada franqueza con que
Rafael expone siempre sus convicciones políticas, después de doblar la rodilla
delante del Padre de su Patria, dijo que al General Juan Vicente Gómez se debía
que Venezuela pudiera aproximarse a los altares cívicos, completamente libre de
los compromisos y gravámenes en que la sumergieran las guerras intestinas.
Gracias a los últimos 22 años de paz, la República está en aptitud de evocar al
héroe con rosas en sus mejillas, con azucenas en su frente y con estrellas en
su corazón.
El Monumento inaugurado es grandioso: en la parte superior se destaca el
Libertador a caballo, en medio de dos figuras aladas, que parecen levantarlo de
la tierra y envolverlo en resplandores de aurora. En un escalón inferior
aparecen los cuatro lugartenientes que más contribuyeron al éxito de la batalla
de Carabobo: Mariño, que fue el Jefe del Estado Mayor, durante aquella campaña;
Páez, que dirigió la carga final y mereció ser ascendido al grado de Comandante
General del Ejército en el mismo campo de combate; y Cedeño y Plaza, que
cayeron épicamente en la pelea y que, según las propias palabras del
Libertador, se hicieron dignos de las lágrimas de Colombia. En un plano más
bajo y como queriendo ascender hasta el Libertador, dos grupos escultóricos que
representan a la Legión Británica y a los Llaneros, los dos cuerpos en donde se
levantó a mayor altura el heroísmo colectivo. La escala ascendente resulta
perfecta: más arriba, cuatro paladines de leyenda, y por último, en la cúspide
y casi tocando las nubes, la imagen del héroe completo que sintetiza la
nacionalidad…
Delante de este conjunto majestuoso de bronces, el escultor Rodríguez
del Villar colocó dos pirámides de granito, sobre cuyos vértices se posan dos
cóndores con las alas extendidas, como si se propusieran proyectar una sombra
protectora. En la faceta frontal se encuentran los escudos de Venezuela y
España, amparados por leones…
Los estandartes que hace cien años eran rivales, hoy se reconcilian
definitivamente en el monumento de Carabobo,. Enfrente de esa reconciliación
¡cómo resultó conmovedora la inhumación del soldado desconocido de la
Independencia! Sus huesos fueron recogidos en el campo de Ayacucho, en donde se
libró la batalla continental: allí, junto a los venezolanos Sucre y Lara, se batieron
el granadino Córdoba, el ecuatoriano La Mar, el argentino Necoechea, el peruano
Santa Cruz…
¿A qué país perteneció el luchador anónimo que fue inhumado en la sabana
de Carabobo, en el centenario de la muerte de Bolívar? El General Juan Vicente
Gómez, al escoger unos huesos en Ayacucho no quiso honrar a determinado pueblo,
porque el Libertador los amó a todos igualmente, y a todos los quiso redimir.
Ningún sitio podía haber sido más apropiado para cantar por primera vez,
el himno a Bolívar del maestro Alfano: este himno es marcial y dulce a la vez,
y fue compuesto sobre temas del himno nacional venezolano. Respondiendo a la
doble personalidad del Libertador, que era épica y galante, la composición de
Alfano intercala notas de cristal entre los acordes de acero. La misma mezcla
de madrigal y de epinicio, se advierte en los versos del padre Borges, que
cantan más de cincuenta voces y que retumban en las concavidades de la
cordillera lejana:
"Bajo la encina piensas;
entre los mirtos, amas:
el pensamiento en llamas;
el corazón de miel.
Y ya en galantes lides,
ya en bélicos asuntos,
tu espada siega juntos,
la rosa y el laurel…"
¿Quién no se sacude de emoción enfrente del injerto de lo dulce con lo
terrible? Muchos ojos de mujeres bellas se arrasaron de lágrimas ante la
evocación de aquel inmortal que siempre supo colocar un iris de idilio sobre
las más broncas tempestades de la guerra…
Pero la nota culminante del centenario fue la misa: pensad en que sobre
el campo heroico se levantó un altar, y que allí acudió todo un pueblo conmovido
a presenciar el sacrificio del Redentor. Cuando el Primado de la Iglesia de
Venezuela, levantó el cáliz, las músicas tocaron el himno nacional, los
soldados presentaron armas y las banderas se agitaron gloriosamente para
saludar al Santísimo… Y para completar este éxtasis divino en que se juntaban
el amor a la Patria y la devoción a Dios, una cuadrilla de aeroplanos pasó por
encima del monumento de Bolívar y del altar de Cristo y dejó caer sobre ellos,
una lluvia de margaritas y de rosas…
Al terminar la Misa, resuena el himno de Bolívar, Y dice la última de
las estrofas:
"En la visión heroica
se espantan tus corceles,
de valles de laureles
a cumbres de arrebol.
Se yergue Manco Capac
sobre el peñón nativo;
y vuela el dardo vivo
del cóndor hacia el sol".
Eso parece el Libertador delante de la Cruz de Cristo: un cóndor delante
de un sol!
Nemesio García Naranjo.
Caracas, diciembre de 1930.
(Publicado en el Periódico "El Nuevo Diario", el 10 de enero
de 1931).