El Benemérito General Juan Vicente Gómez, Presidente de la República, fue siempre protector del Arte en Venezuela, como bien expresó el gran pintor y escultor margariteño Francisco Narváez en su correspondencia de fecha, 19 de mayo de 1928.
Caracas: 19 de Mayo de 1928.
Señor General
Juan Vicente Gómez
&.&.&.
Maracay.-
Muy
respetado General:
Saludo a
Ud. muy atentamente.
Tengo
especial placer en regalarle una escultura “La Criolla” pertenecientes a los
trabajos que en el mes pasado exhibí en el Club Venezuela y cuya Exposición ya
clausuró.
Como Ud.
mi respetado General, ha sido siempre protector del Arte en Venezuela, y no
tengo a nadie con que contar para un viaje de perfeccionamiento que pienso
hacer a Europa, yo le agradecería altamente que Ud. me ayudara con lo que Ud.
crea conveniente para poder satisfacer mis aspiraciones.
En
espera de ser favorecido con una grata contestación me suscribo, atentamente,
Su
apreciador y amigo,
Francisco Narváez.
Dirección:
Abanico a Socorro Nº 29-5.
La inmediata aprobación del Presidente de la República, Benemérito General Juan Vicente Gómez, no se hizo esperar ordenando: "Ir Europa perfeccionar pintura", como aparece escrito en la parte superior derecha, de su puño y letra, en la misma carta enviada por el artista.
"La
escultura va por encomienda".
(Escrito a mano por el pintor y escultor venezolano Francisco Narváez, en la
parte inferior de la carta).
POR LOS ESTUDIOS DE NUESTROS PINTORES
FRANCISCO NARVÁEZ
El gran maestro venezolano Francisco Narváez en su taller artístico. Año 1932.
En los primeros meses de 1932, Francisco Narváez, que ya tenía dos
años por los centros artísticos de Europa, volvió a Venezuela. Regresó por una
necesidad espiritual que le imponía su preocupación de trabajar sobre los
elementos americanos y particularmente venezolanos. Porque Narváez no fue a
Europa a comprobar las lecturas que había hecho en América de lo europeo. Fue
más bien sin lecturas y en los dos años de su permanencia vio las bellezas de
Francia y España.
Pero con otro tiempo más en Europa presentía
la desintegración de sus elementos vitales congénitos. Ya lo estaba pavorizando
el futuro de no sentirse americano ni francés. Cuando, sin darse cuenta, se
hubiera inhibido en el paisaje extranjero y su pincel se llenara de colores
untuosos y languidecientes de los pinos, mientras el corazón y los bíceps
fueran todavía salvajes y bravíos.
Expuso en los salones de arte europeo telas y esculturas de motivos venezolanos. Del propio París envió una exposición que se realizó en Caracas de asuntos también venezolanos. Era como para conservar vivas sus potencialidades americanas. En los museos y en los salones estaban todas aquellas maravillas del arte milenario. Testimonios del genio clásico, que llegó a su más alta realización cuando se hurgó la propia entraña y sacó, viviente siempre, la esencia de las cosas.
Llegó a Caracas y empezó a
construirse un estudio. El mismo armó los ladrillos ligándolos con cemento.
Allí en el traspatio de una casita obrera de Catia,
Era el refugio necesario
para sus horas de trabajo. En las horas cansadas de doblarse a pegar ladrillos,
se internaba entre la naturaleza y de allá traía un pedazo robado del paisaje
de los alrededores. Pero ahora volvía con nuevos bríos a continuar pegando
ladrillos. Hasta que al fin un día quedó encerrado entre aquellas paredes.
Entonces sojuzgó la luz que debía entrar en su estudio por el techo y por las
paredes, a través de unos vidrios y graduada por un juego de cortinas. Así
tiene luz hasta las siete de la noche.
Y en este estudio,
Francisco Narváez vive trabajando. Cuando no pinta, cincela el mármol en bajos
y alto-relieves, o hace esculturas en madera.
Durante el mes de julio
hizo una exposición en el "Ateneo de Caracas": algunos 70 trabajos.
Vendió 900 bolívares. Pero fue la primera exposición de motivos venezolanos,
vistos con los ojos de las nuevas tendencias, no para asombrar a los que no
hayan viajado a Europa, ni por considerarnos todavía indios del descubrimiento
y a quien cambian baratijas por pedazos de oro. Sino para aplicar el nuevo
sentido de la vitalidad y de la humanidad a los elementos que entre nosotros
permanecen desechados por lo extranjero, por las repeticiones de los motivos
explotados en épocas anteriores. Tampoco representa esa pintura de Narváez
desparpajo, ni pedantería. Por el contrario se le ha encontrado una gran dosis
de ingenuidad. La impresión primera es de que ojos infantiles han visto
aquellas cosas. Una tarde entraron a la exposición cinco niños, hembras y
varones, con sus libros y bultos en las manos. Y empezaron a ver los cuadros
con una contagiosa alegría, con la desenvoltura de la escuela y como si
aquellos cuadros fueran de un compañero de clase. Y durante largo rato se
detuvieron frente a "La Conquista", con los brazos echados sobre los
hombros. Lo mismo hicieron ante "La Lectura". Después que los niños
se fueron, Pablo Rojas nos dijo que Narváez debía hacer las pinturas murales de
las escuelas venezolanas.
Yo gozo ante los cuadros
de Narváez por lo que tienen de ingenuos, de alegres. Parece una pintura que le
maquillara a uno las tristezas, me decía una tarde Marcos Castillo.
Pero a Narváez ya le
están faltando telas, y hace tiempo que no trabaja en mármol. Ha borrado
algunas composiciones para hacer nuevas obras. Ahora está trabajando más los
asuntos, profundizando más el plano de las telas, buscando más tonos en las
superficies y enriqueciendo sus cuadros de color. En los últimos retratos y
paisajes se nota una evolución de su planimetrismo anterior hacia un mayor
tratado y estudio del fondo por los tonos y el dibujo. Seguramente esto lo ha
adquirido de los últimos retratos hechos y por ello Narváez debe trabajar largo
tiempo con modelos y con la naturaleza.
Yo creo que así se enrumbaría definitivamente por la escultura, que es para nosotros su instrumento de expresión artística.
Julián Padrón.
(Publicado en la Revista "Élite", el 27 de agosto de 1932).