(Por: Rafael Cayama Martínez).
Bajo la comba azul que ilumina de continuo el tricolor mirandino,
divinizado por las manos taumaturgas del LIBERTADOR
AMERICANO, teníamos Dos Cumbres
hasta las cuales no había podido llegar nunca ninguno de los anteriores
gobernantes venezolanos, no obstante sus virtudes de patriotas, sus arrestos de
guerreros y sus dotes de estadistas: la Cumbre bolivariana y la Cumbre
pacifista. Antonio Guzmán Blanco, ese americano ilustre a quien no puede
negársele, por más que se quiera, el título de gran civilizador, fue de todos
el que más alto llegó, pero sus máximos empeños en derredor de la primera
cumbre no alcanzó la culminación que la gloria del Grande Hombre merecía, y en
cuanto a la segunda no logró tocarla sino a rápidos golpes de ala, sobre el
vaivén de la ola, entre el crujir de los mástiles y el tableteo del trueno. No
eran sino treguas más o menos largas. Sucedió muchas veces que el eco de sus
resonantes discursos de paz se confundiese con el eco de sus vibrantes
proclamas de guerra.
Los paréntesis de Juan Pablo Rojas Paúl y de Raimundo Andueza Palacio no
fueron sino precursores de nuevas contiendas fratricidas. Joaquín Crespo, el
soldado caballeresco y bueno, tuvo de frente la inquietud caudillesca de José Manuel
"El Mocho" Hernández, atormentado enfermo de conservatismo, hasta
pagar con su vida heroica y bravía sus nobles empeños de pacificación.
Le estaba reservada al General Juan Vicente Gómez la gloria de dominar a
plenitud las Dos Cumbres y levantar
sobre ellas su tienda de triunfador definitivo, desde la cual saludaría al
Continente teniendo en una mano la efigie de Bolívar, como santa promesa de la
Patria nueva, y en la otra, la espada decapitadora del dios de la Guerra como
señal de imperio de las divinidades de la Paz. Había sido, por concurso de los
númenes de la Patria, el Triunfador irreductible, el Triunfador máximo, el
Triunfador a plenitud de gloria. Había triunfado el hombre de la espada; iba a
triunfar ahora el hombre de la magistratura, el hombre de Estado, el hombre de
la Ley, el hombre del Trabajo, el hombre del culto a la gloria del Libertador y
de sus legionarios, en una palabra, el hombre de la Paz; a triunfar con la
acción y con la palabra buena y santa de las divinas confraternidades; a
triunfar con el consejo sano y noble y con el ejemplo edificante y redentor; a
triunfar sobre el ayer claudicante y tempestuoso y sobre el presente
prejuicioso y desconfiado para ganar el futuro luminoso y fecundo.
Refúndense en la obra múltiple del General Gómez la obra del guerrero
genial, que gana batallas contra numerosos y aguerridos capitanes que
constituían la indiscutible representación del militarismo clásico; la obra del
Sembrador, del Trabajador profesional, que del muro abatido arrima la espada
triunfadora y reclama el arado para el corte fecundo en la entraña palpitante;
la obra del Educador que tras el arado alza la cátedra para el rasgo luminoso
en el espíritu anhelante.
Sobre esta hermosa trípode, síntesis augusta de la Divinidad de la
Patria, el General Gómez levantó a máxima altura el culto padre de todos los
cultos de las humanas glorias, de todas las reverenciaciones, de toda las
taumaturgias: el culto de Bolívar, Dios y Hombre por la super-grandeza de su
obra redentora y por la super-alteza de su Gólgota. Pensó al momento que la
nación que dio al Coloso debía alzarse por sobre todas las fronteras con toda
la majestad de otra cumbre sinaica, diademada como en un fresco de Miguel
Ángel: sobre su cabeza el firmamento de Colombia la Grande, a sus pies la
extensión de la América y entre sus brazos al niño-dios del Ávila, majestuoso y
triunfal; y con tan deslumbrador pensamiento en su cabeza triunfadora, dióse
todo entero a la tarea glorificadora. El Centenario de la Independencia se
acercaba atraído por los dioses de la Epopeya entre un relampagueo de Olimpo en
fiesta de eponimia ateniense, y Gómez se aprestó a recibirlo con todas las
suntuosidades que tanta grandeza de sol demandaba. Era una fiesta de la
América, una fiesta de la raza nueva, una fiesta de las naciones nacidas del 19
de abril de 1810 y del 9 de diciembre de 1824 al conjuro del gran Libertador,
que a Venezuela tocaba celebrar por derechos de maternidad augusta, por
derechos de primogenitura gloriosa, por razón de altura en la geografía de la
libertad continental. Y fue la Apoteosis Soberana frente a la América
engrandecida y libre, frente al mundo entero, porque el mundo entero no sabía,
como sabe hoy, de Bolívar y de su fulgurante creación de pueblos.
Así debía ser y así fue.
Por la primera vez de la vida del Mundo Nuevo reunióse un Congreso
Boliviano, que laboró Acuerdos de mutua y amplia solidaridad y confraternidad
Interamericana, y por la primera vez, después de los tiempos epopéyicos,
viéronse reunidos por el espíritu infinito del Padre Inmortal, como otro día
los legionarios libertadores bajo su mirada de Dios que manda, neogranadinos,
ecuatorianos, peruanos, bolivianos y venezolanos, estrechados fuertemente en el
infinito anhelo de una Gran Patria Americana por Bolívar presidida.
Venezuela se había colocado así, por la mano del General Juan Vicente
Gómez, el egregio Triunfador, en la altiplanicie austral con Bolívar sobre sus
hombros, como otro día el Coloso sobre los del Chimborazo y del Potosí. Oigamos
sino al Embajador de Colombia al abrirse aquel Congreso:
"Nunca ha habido una ocasión y un lugar más oportunos que el día
del Centenario de la declaratoria de absoluta Independencia y la cuna y la
tumba de Bolívar para que las naciones aquí representadas, inspirándose en sus
nobles ideales, y guiadas por la verdad, la honradez y la hidalguía, se den
estrecho y fraternal abrazo y sigan por el camino de honor y de progreso que
con patriotismo y unión tienen abierto.
Plegue al cielo que estos
anhelos, que son los de todas las naciones a quienes me cabe la altísima y
singular honra de representar en este instante, se realicen; y que vos,
ciudadano Presidente, que habéis tenido la gloria de presidir la festividad del
Centenario, tengáis también la de haber cimentado sobre firmes bases de lealtad
y de justicia la perpetua paz y la amistad sincera de las Naciones que con tan
efusivos y cordiales sentimientos concurren hoy a compartir vuestros gloriosos
regocijos".
Y el Embajador de Bolivia dijo:
"Aquí estamos nosotros, Excelentísimo
señor Presidente, los Representantes de Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador, con
los poderes necesarios para secundar los levantados propósitos del Gobierno de
V. E.; y al poner en vuestras manos las Cartas Autógrafas que nos acreditan en
tan honrosa representación, a nombre de nuestros respectivos Pueblos y
Gobiernos, saludamos con fraternal afecto al Gobierno y Pueblo venezolanos:
agradecemos la exquisita delicadeza del recibimiento y de los agasajos con que
nos honran: aplaudimos los notorios progresos que alcanzaron en el primer siglo
de su vida independiente; y les presentamos nuestros votos porque cada día sean
mayores los que glorifiquen su porvenir, junto con el deseo de que la obra del
Primer Congreso Boliviano corresponda a las justas exigencias de los intereses
comunes de las cinco Repúblicas hermanas, no menos que a la alteza de la
iniciativa de V. E., que en la historia americana os será, sin duda. de
especialísimo título de muy honroso y singular merecimiento".
De la notable contestación del General Gómez al Embajador colombiano
General González Valencia, es el siguiente párrafo:
"En estos días de íntimo regocijo para Venezuela, pláceme
reafirmar mi constante propósito de armonía con las demás Naciones, de segura
garantía a cuantos intereses se radiquen en nuestro suelo y de noble aspiración
a que mi Patria sea cada vez más acreedora a la consideración y al respeto de
los demás pueblos de la tierra. Es así como mejor interpretamos el pensamiento
trascendental de los fundadores de nuestra Nacionalidad, y al expresarlo así a
vos, ilustre servidor de vuestra noble Patria, la más próxima hermana de la
nuestra, y cuya más alta curul habéis brillantemente ocupado, hago votos por la
dicha de los pueblos y de los Jefes de Estado cuya representación merecidamente
lleváis".
Han corrido desde aquellos días diez y seis años, que han servido para
intensificar más y más, conforme con los deseos del General Gómez, nuestros
nexos con las Repúblicas hermanas y hacer más reflejable en su espíritu el
anhelo de esa Gran Patria Americana nacido del seno del Congreso Boliviano.
Pero el bronce del Héroe Magno debía ir más allá de las patrias
fronteras bolivarianas, y el Gobierno de la República, por el General Gómez
presidido, lo envió a la Patria de Washington como el más valioso presente que
el Sur podía hacerle al Norte en título de amistad noble y cordial. Y allá está
sobre aquella altura, bajo el cielo, que hizo para siempre diáfano y luminoso
la gloria de Washington, la figura olímpica de Bolívar, derramando sobre todos
los pueblos de la tierra el milagro de su espíritu, forjador de patrias grandes
como ninguno en los antiguos ni en los modernos tiempos.
Y no sólo traspasar fronteras con la devoción bolivariana quiso el
Caudillo Decembrino, sino también eliminarlas, y tendió entonces el Puente
Bolívar para enlazar en una sola las banderas de Colombia y Venezuela.
El General Gómez ha encendido, además, por todas partes, lámparas
votivas en forma de monumentos en bronce o mármol, en donde quiera que ha sido
preciso glorificar un héroe libertador, un legionario de Bolívar, o consagrar
un sitio ya santificado por un hecho de gloria. Eran acentuaciones de
inmortalidad que reclamaba el homérida poema, caracteres de forja olímpica que
pedían los sitios que nuestros inexcusables olvidos habían dejado en blanco en
el libro de oro de la gratitud nacional. Ahora todo está en su sitio y en cada
sitio consagrado está el alma de la Patria. El Culto de Bolívar ha dejado de
ser el simple culto de los héroes para convertirse en religión grande y
augusta. Hay varios templos para esa religión: el primero es la Casa Natal del
Libertador, reconstruida por el Presidente Gómez conforme al legendario
trazado, y a donde llegan reverentes todos los que vienen a nosotros anhelantes
de arrodillarse ante la tumba de Bolívar y signarse con el agua espiritual que
brota de la fuente que dio agua consagratriz al dios en su niñez, a recogerse
en la contemplación del hecho en que vino a la vida y a llenar sus ojos y su
espíritu con la lumbre de las imágenes y con las evocaciones que palpitan y
fulguran en los lienzos de Tito Salas.
La celebración de los Centenarios de Carabobo y de Ayacucho, para cuya
magnificencia el General Gómez no limitó ninguna contribución de gloria, ni
hubo fulguraciones bastantes en nuestros cielos, ni vibraciones bastantes en
nuestros bronces, ni dilataciones bastantes en nuestros horizontes, complementó
la superba trípode bolivariana sobre la cual él se adentra en el Continente
como el más alto bolivariano en los tiempos que corren.
Ahora, en los horizontes de las cinco patrias, nacidas de las cinco cumbres
que desafían la grandeza de las más altas en los dominios de la Libertad
humana: BOYACÁ, CARABOBO, BOMBONÁ, PICHINCHA Y AYACUCHO, cinco cumbres en torno
de las cuales se agita y vibra Panamá, la Benjamina, y que son como cinco soles
en la super-grandeza astral de la América nuestra, columbrase ya aquel
anochecer de San Pedro Alejandrino, que detuvo en su rotación a la tierra
americana, que hizo nublar el sol del Continente con el llanto de Colombia y
trepidar las cumbres colombianas, del Ávila al Potosí, como en una gigantesca
conmoción geológica. Venezuela sabrá ser, una vez más, educada como está por el
ya Continental Caudillo en la religión bolivariana, la madre augusta del dios
para rememorar, con las más solemnes liturgias y con todas las exaltaciones de
otra santa semana de pasión, la fecha en que el Redentor Americano expiró en su
Gólgota para ganar el cielo de otra divina inmortalidad.
Y si por tan altos e indiscutibles hechos el General Juan Vicente Gómez
ha ganado con creces el título de PRIMER BOLIVARIANO DEL CONTINENTE, por su
resaltante y no menos indiscutible obra de paz aquilatada en casi un cuarto de
siglo de vida serena, progresiva, educadora, doctrinaria, reparadora y cultural
que lleva la República, ha ganado también a toda plenitud el de PRIMER
PACIFISTA; y no PACIFISTA a boca de fusil y punta de sable, armas éstas que,
durante ese tiempo, y después de haber matado la hidra de las revoluciones,
sólo accionan en brillantes revistas o en reglamentarios ejercicios de
Academia, sino Pacifista para regenerar, educar, vigorizar y doctrinar pueblos;
para hacer del Trabajo institución sana y fuerte; para hacer del libro legítimo
sucesor del fusil, como del arado el legítimo sucesor del cañón y del Código el
legítimo sucesor del machete; para proteger en grande las industrias
nacionales, fuentes inagotables de
riqueza auténtica, para vigorizar el organismo nacional insuflándole fuertes
corrientes de saneamiento moral; para simplificar el tecnicismo de las finanzas
públicas y hacer del crédito la mayor garantía de soberanía económica; para
abrir nuestros puertos a las banderas de todos los pueblos de la tierra por el
intercambio comercial, más amplio y seductor desde que, por imperativo del
Pacificador, quedó libre el gravamen de exportación; para el acercamiento y
estrechamiento cordial con todas las naciones; para hacer del Ejército una
verdadera institución de honor bajo el troquel académico y del soldado un
baluarte bajo la disciplina del cuartel y el impositivo del Código; para crear
ciudades de contextura moderna y dotar a las existentes de situados bastantes a
la construcción de toda clase de obras de ornato y de verdadera utilidad
pública; para amparar la estabilización e instituciones bancarias de capital
nacional y extranjero; para juntar a todos los pueblos de la República, aún los
más distantes de la Capital y entre sí, en un solo haz de gran familia nacional
y en un solo gran centro de actividades comerciales, intelectuales y sociales,
por medio de sólidas y modernas carreteras que no sólo pueden competir sino que
adelantarse a las mejores de Europa y Norte-América, tal como la de Caracas a
La Guaira, que no tiene igual en aquellos países al decir de muchos de los
extranjeros que nos visitan; para, en una palabra, hacer de esa hermosa y sugerente
abstracción que se llama la Patria una palpitante y férrea Entidad que responda
en todo momento al reclamo de sus grandes destinos y de sus grandes deberes
para con la familia universal.
Tal ha sido la Obra del General Juan Vicente Gómez, que está ahí
palpitante ante la mirada y al tacto de todos, para que todos, nacionales y
extranjeros, la vean y la palpen.
Un cuarto de siglo llevado por la República en plena y próvida paz, sin
cañones, sin fusiles, sin expatriaciones, bien le vale al General Gómez el
premio de PRIMER PACIFISTA DEL CONTINENTE, título éste que se hace más
resplandeciente en los últimos tiempos porque es él el primer Gobernador en la
historia de las naciones, que en una democracia inquieta y levantisca, altiva y
viril como la nuestra, está gobernando sin un solo detenido político, con las
fronteras de la Patria abiertas de par en par para todos los compatriotas que
quieran venir a vivir, como Dios manda, al rescoldo del hogar nacional, y en la
más completa libertad de acción la ciudadanía en general.
¿Cuándo, en qué época de nuestra historia, ni en qué extraña latitud, se
ha visto un hecho igual? Hay alguno, de dentro o fuera del país, que pueda
señalar uno que se le asemeje siquiera? La vida de la capital, fastuosa como
nunca, bulle hasta altas horas de la noche en hondas vibraciones de fiesta, sin
cortapisas policiales: y si al General Gómez se le ocurriera atravesar a pié
por en medio de esas multitudes, en su mayor parte integrada siempre por una
juventud ganosa de alegría, se le disputarían, estamos seguros, segurísimos de
ello, para llevarlo en triunfo por las calles de Caracas. Ya alguna vez o
algunas veces, en presencia de multitudes obreras, se ha bajado de su automóvil
y marchado por en medio de ellos, complacido y sereno, porque tiene la
seguridad de que los obreros venezolanos son los mejores guardianes de su
persona, y los obreros lo han victoreado y lo han exaltado entre aclamaciones
de afecto. Tal actitud de parte de ese honrado y noble gremio es muy natural,
porque el General Gómez es El JEFE NATO Y EL PROTECTOR SUPREMO DEL OBRERISMO
NACIONAL. Él lo ampara y lo protege porque él es el primer Obrero de Venezuela
cualquiera que sea la forma de trabajo que reclame la actividad del cerebro y
del músculo. Por eso los obreros de Venezuela lo quieren y lo aclaman.
Tal es el Hombre del 21 de Julio de 1903, frente a los bastiones de
Ciudad Bolívar y del 19 de Diciembre de 1908, frente a las imposiciones de su
destino y de su deber de patriota. Y crece la admiración nacional en torno de
este ilustre Caudillo al considerarse que él no ha querido ni quiere estatuas,
ni títulos, ni ofrendas reliquiarias. Él sólo quiere llamarse y que le llamen Juan
Vicente Gómez, con la más subyugante sencillez republicana.
Pero él no puede interponerse entre su obra y los resplandores de su
obra. Él ha ganado las dos eminencias cuya cima no había sido nunca coronada
durante la vida de la República, y tiene merecido con creces los Títulos de
PRIMER BOLIVARIANO Y DE PRIMER PACIFISTA DEL CONTINENTE.
Rafael Cayama Martínez.
Editorial de "La
Nación", N° 54, 19 de Diciembre de 1927.
Editorial "Parra".
Caracas.