domingo, 15 de marzo de 2015

EL GOBIERNO DE GÓMEZ Y LOS EXTRANJEROS


El Presidente Juan Vicente Gómez, les asegura tranquilidad provechosa y fecunda.



Si todo buen venezolano que ama y desea el bienestar y el progreso patrios ha sentido inflamado el ánimo en ira y horror ante el atentado que pretenden consumar los enemigos del orden, todo extranjero residente en Venezuela experimenta sentimientos análogos, y algunos de ellos han manifestado al General Gómez que se encuentran dispuestos a contribuir, por cuantos medios lícitos están a su alcance, al restablecimiento de la tranquilidad pública. En semejante impulso de adhesión espontánea y franca al Jefe Constitucional del País, entrará por mucho el amor natural que toda persona civilizada profesa a la paz de la tierra en que mora y donde tienen radicados intereses: pero buen parte tiene en él de seguro la inaudita nueva de que es Cipriano Castro quien ahora sueña en recuperar por fuerza de las armas su antiguo predominio de sátrapa.

Entre los síntomas de la demencia cruel y rapaz que aflige a Castro, culmina el odio instintivo y brutal hacia el extranjero. Ejemplar de barbarie completo, hubiera querido en su frenética vesania aislar a la República del trato con los demás pueblos, expulsar del territorio a todos los extranjeros, y cerrar definitivamente nuestras costas, que es por donde debe y puede llegar a nosotros la onda del progreso, a la inmigración y aun a los simples viajeros. Sus procedimientos de otros días nos permiten barruntarlo así.

Desde que se apoderó del poder, el tirano no pensó más que en provocar a cada rato, con aquella maligna inquietud simiesca que le es característica, conflictos diplomáticos de los cuales salía malparada nuestra reputación de pueblo, y que fueron poco a poco colocándonos en un aislamiento lastimoso. Su afán de resonancia y bulla a todo trance lo empujó por los vericuetos de la más cruda e insana hostilidad a todo elemento exótico, confundiendo en su mezquino y tenebroso cerebro, el amor a la independencia y al decoro de la nación, con el desfogue cerril en destemplanzas y desplantes de su temperamento inculto; como si no pudiera aunarse, a la energía, el carácter y a la entereza necesarios para conservar íntegra la herencia gloriosa que nos legaron nuestros mayores, la compostura y el comedimiento que son gala del trato entre gentes cultas.

¡Cuánto no significa en buena fama perdida, que ya principiábamos a recuperar, merced a la administración pacífica y ordenada del Presidente Gómez; en vergüenzas que por culpa sólo de su insensatez tuvimos que padecer, cuando poderosos extranjeros le obligaron a él mismo, al provocador, a firmar un pacto oneroso y oprobioso para la República, cuyas consecuencias repercutirían largamente sobre la riqueza pública y particular; y en oro que fue preciso afrontar para el saldo de obligaciones adquiridas y para el arreglo de embrollados negocios que él dejó pendientes; cuánto de todo eso no significaba la loca diplomacia agresiva del déspota!

Los extranjeros que residían entre nosotros sentíanse consternados, con la convicción de que aquel energúmeno entronizado no respeta fueros ni acataba derechos de ningún linaje. Expulsaba, expoliaba y perseguía a todo su talante, sin preocuparse, siquiera de que si el perseguido expulso o despojado era de otra nacionalidad, ni pensar en los acerbos disgustos que ello podría acarrearle al país. El extranjero, aún con la seguridad de que a la larga sería indemnizado, huía de una tierra sobre la cual ejercía un mando tan depravado aquel hombre; los capitales emprendieron la fuga o se abstuvieron de aventurarse en Venezuela, donde no encontraban garantía; y fue preciso que el Gobierno de Gómez, por medio de una ardua y lenta labor de circunspección y de enérgicas reformas en todos los ramos, creara de nuevo una atmósfera propicia de confianza a los brazos y a los capitales, no sin tener que invertir sumas fuertes en reparar las fechorías del tirano, como lo prueban entre otras, que citamos por su recientísimo arreglo, las reclamaciones francesas, cuyo monto no se ha cancelado todavía. 

Los residentes extranjeros de nuestros campos y ciudades se encuentran a la hora actual plenamente garantizados en el ejercicio de cuantos derechos les atribuyen las leyes nacionales; y ya no se teme fundar empresas, chicas ni grandes, de pingües productos, las cuales eran una tentación irresistible para la desatentada avaricia del Dictador.

Por eso es justo el sentimiento que impulsa a protestar contra la intentona de quien no los dejó vivir ni trabajar nunca tranquilamente, sin la zozobra de que el capricho del déspota podía de súbito arruinarlos o perseguirlos; y nos explicamos que rodeen de buena fe al Presidente Gómez, que les asegura tranquilidad provechosa y fecunda.


“El Nuevo Diario”, 14 de agosto de 1913.