El Presidente Juan Vicente Gómez, les asegura tranquilidad provechosa y fecunda.
Si todo buen venezolano que ama y desea el
bienestar y el progreso patrios ha sentido inflamado el ánimo en ira y horror
ante el atentado que pretenden consumar los enemigos del orden, todo extranjero
residente en Venezuela experimenta sentimientos análogos, y algunos de ellos
han manifestado al General Gómez que se encuentran dispuestos a contribuir, por
cuantos medios lícitos están a su alcance, al restablecimiento de la
tranquilidad pública. En semejante impulso de adhesión espontánea y franca al Jefe
Constitucional del País, entrará por mucho el amor natural que toda persona
civilizada profesa a la paz de la tierra en que mora y donde tienen radicados
intereses: pero buen parte tiene en él de seguro la inaudita nueva de que es
Cipriano Castro quien ahora sueña en recuperar por fuerza de las armas su
antiguo predominio de sátrapa.
Entre los síntomas de la demencia cruel y rapaz que aflige a Castro,
culmina el odio instintivo y brutal hacia el extranjero. Ejemplar de barbarie
completo, hubiera querido en su frenética vesania aislar a la República del
trato con los demás pueblos, expulsar del territorio a todos los extranjeros, y
cerrar definitivamente nuestras costas, que es por donde debe y puede llegar a
nosotros la onda del progreso, a la inmigración y aun a los simples viajeros.
Sus procedimientos de otros días nos permiten barruntarlo así.
Desde que se apoderó del poder, el tirano no pensó más que en provocar a
cada rato, con aquella maligna inquietud simiesca que le es característica,
conflictos diplomáticos de los cuales salía malparada nuestra reputación de
pueblo, y que fueron poco a poco colocándonos en un aislamiento lastimoso. Su
afán de resonancia y bulla a todo trance lo empujó por los vericuetos de la más
cruda e insana hostilidad a todo elemento exótico, confundiendo en su mezquino
y tenebroso cerebro, el amor a la independencia y al decoro de la nación, con
el desfogue cerril en destemplanzas y desplantes de su temperamento inculto;
como si no pudiera aunarse, a la energía, el carácter y a la entereza
necesarios para conservar íntegra la herencia gloriosa que nos legaron nuestros
mayores, la compostura y el comedimiento que son gala del trato entre gentes
cultas.
¡Cuánto no significa en buena fama perdida, que ya principiábamos a
recuperar, merced a la administración pacífica y ordenada del Presidente Gómez;
en vergüenzas que por culpa sólo de su insensatez tuvimos que padecer, cuando
poderosos extranjeros le obligaron a él mismo, al provocador, a firmar un pacto
oneroso y oprobioso para la República, cuyas consecuencias repercutirían
largamente sobre la riqueza pública y particular; y en oro que fue preciso
afrontar para el saldo de obligaciones adquiridas y para el arreglo de
embrollados negocios que él dejó pendientes; cuánto de todo eso no significaba
la loca diplomacia agresiva del déspota!
Los extranjeros que residían entre nosotros sentíanse consternados, con la
convicción de que aquel energúmeno entronizado no respeta fueros ni acataba
derechos de ningún linaje. Expulsaba, expoliaba y perseguía a todo su talante,
sin preocuparse, siquiera de que si el perseguido expulso o despojado era de
otra nacionalidad, ni pensar en los acerbos disgustos que ello podría acarrearle
al país. El extranjero, aún con la seguridad de que a la larga sería
indemnizado, huía de una tierra sobre la cual ejercía un mando tan depravado
aquel hombre; los capitales emprendieron la fuga o se abstuvieron de
aventurarse en Venezuela, donde no encontraban garantía; y fue preciso que el
Gobierno de Gómez, por medio de una ardua y lenta labor de circunspección y de
enérgicas reformas en todos los ramos, creara de nuevo una atmósfera propicia
de confianza a los brazos y a los capitales, no sin tener que invertir sumas
fuertes en reparar las fechorías del tirano, como lo prueban entre otras, que
citamos por su recientísimo arreglo, las reclamaciones francesas, cuyo monto no
se ha cancelado todavía.
Los residentes extranjeros de nuestros campos y ciudades se encuentran a la
hora actual plenamente garantizados en el ejercicio de cuantos derechos les
atribuyen las leyes nacionales; y ya no se teme fundar empresas, chicas ni
grandes, de pingües productos, las cuales eran una tentación irresistible para
la desatentada avaricia del Dictador.
Por eso es justo el sentimiento que impulsa a protestar contra la intentona
de quien no los dejó vivir ni trabajar nunca tranquilamente, sin la zozobra de
que el capricho del déspota podía de súbito arruinarlos o perseguirlos; y nos
explicamos que rodeen de buena fe al Presidente Gómez, que les asegura
tranquilidad provechosa y fecunda.
“El Nuevo Diario”, 14 de agosto
de 1913.