Juan Vicente Gómez hace
su aparición en el escenario público de Venezuela a poco de la muerte del
caudillo llanero. Baja con Castro de la Cordillera como segunda figura de la “Revolución
Restauradora”. Después, a corto plazo, entra a trajinar igual trocha guerrera
que le sirvió de puerta para llegar al Poder a Páez, Monagas, Falcón, Guzmán
Blanco y Crespo, cada uno dentro de sus respectivas dimensiones históricas. Si
al primero y al segundo les sirve de pedestal político la contienda de Independencia;
si a los otros dos les brindan base para su futura hegemonía la lucha
federalista y las constantes revueltas domésticas en que les cupo figurar, a él
le ofrecen seguro fundamento para el gobierno que implantará, a su vez su
campaña al lado de “El Cabito”, y luego del movimiento armado conocido con el
nombre de “Revolución Libertadora”. En el decurso de ambos sucesos militares
conoce personalmente la geografía física y la geografía psicológica del país. A
tiro limpio, de caserío en caserío y de ciudad en ciudad, en los breves meses
de la invasión castrista y en los tres años de la segunda revuelta, recorre la República.
El centro, el occidente
y el oriente de Venezuela son pacificados por él a fuego y sangre. Vence a los
jefes de la Revolución ,
a quienes va conociendo y calibrando, y consolida sus relaciones de paisanaje
con los mejores oficiales de Castro, con los que vino de la sierra en la
aventura guerrera de la cual fue aquél cerebro militar y él empresario de
gastos. Oteando a distancia su futuro papel, a todos esos hombres los acaricia
y catequiza solapadamente. Esto le servirá después, cuando se vaya Castro al
exterior a reparar su maltrecha salud, para evitarse tropiezos en la reacción
que habrá de encabezar. Entonces, en el momento decisivo, a los antiguos
adversarios vencidos los llama a participar en la nueva situación política, y a
sus viejos camaradas de la empresa del veintitrés de mayo de mil ochocientos
noventa y nueve, a la oficialidad que lo secundó en el aniquilamiento de “La Libertadora ”, les
reparte los puestos claves del régimen que implanta.
No aporta ideas
abstractas al gobierno. Positivista, de hondo criterio práctico, de inmenso
buen sentido, somete al país a los mismos métodos naturalmente ampliados para
poderse enfrentar al conjunto de problemas e intereses que utilizó cuando joven
para manejar sus propiedades del Táchira. Dotado de agudo sentido conservador,
como la generalidad de los moradores de la Cordillera y muy
especialmente de los nativos de su región, es tardo para innovar, porque, con
cachazuda filosofía criolla, “prefiere malo conocido a bueno por conocer”. En
esta faz, sin embargo, no se manifiesta nunca opuesto a los adelantos
materiales, al “progreso de cemento romano”, y emprende bastos trabajos públicos
de envergadura.
Nació con don de mando,
y fue un cabal hombre de gobierno, en el medio y dentro de nuestras costumbres.
Las elucubraciones intelectuales le tenían sin cuidado. De los profesionales
apreciaba a los médicos, admiraba a los ingenieros y desconfiaba de los
abogados. No le placían, los tipos que hablan mucho. Era pintoresco, sencillo y
hermético, bonachón e impasible. Tenía una memoria de elefante y a la vez un
disciplinado poder de olvido. Manejaba su conciencia como a los hombres,
discrecionalmente, y se imponía a ambos. Nació moralmente organizado y era
fanático del orden. Por eso la paz pública fue para él una mística. Era claro y
era complejo. Repartía dinero con prodigalidad a sus amigos y adictos. No fue
sanguinario. Disfrutaba de un equilibrio total en todas sus facultades,
físicas, anímicas. Sabía esperar: había pactado con el tiempo. Siempre supo lo
que quería, y a donde iba.
RAMÓN DAVID LEÓN
(Diario “El
Vigilante”, Mérida 24 de Julio de 1957.)