LIBRO “HOMBRES NUEVOS”
POR: J.
I. GONZÁLEZ NARVÁEZ
CARACAS.
TIPOGRAFĺA DEL COMERCIO. AÑO 1900.
General
Juan Vicente Gómez. 1900.
Los hombres nuevos han sido siempre en el poder la más viva y lisonjera
esperanza del porvenir. No así los hombres viejos, que por conocidos pertenecen
más bien al pasado que al futuro de los pueblos.
La humanidad se fija con más ahínco en lo que se presenta con algún aire de
novedad, que en lo que por ya antiguo y familiar fastidia, sin ofrecer ninguna
especie de atractivo.
Y la razón es muy sencilla: la humanidad gusta más de aquello que nace y
por tanto le ofrece más incentivo en su anhelo de progreso, que de lo que va ya
a morir envuelto en las nebulosidades de una estrecha y monótona rutina.
Por eso, en el orden natural la aurora cuando surge, alegra y ensancha el
espíritu con sus vívidos y mágicos colores, como hermoso preludio del día, al
paso que la tarde entristece y hace desmayar con sus pálidas galas, como
fúnebre precursora de la noche.
Y por eso, en el orden social los hombres nuevos son esperados de los
pueblos con ansiedad, en tanto que los hombres viejos son desdeñados, por ser
ya como árboles sin savia para dar fruto.
Los hombres nuevos, en las evoluciones políticas, inspiran más confianza,
porque, elementos sin desgaste, es lógico que con ellos vengan nuevos ideales
de paz, orden y progreso, de arraigo, en suma, para la vida sólida y
floreciente de los pueblos.
Sucede lo contrario con los hombres que han envejecido en el poder, los
cuales, como elementos gastados, no inspiran sino tedio y cansancio en el ánimo
público.
Y si los elementos que han venido privando en un país son insanos y de
tendencias exclusivistas, ¿qué decir entonces?
No se puede decir otra cosa sino que, por funestos, hay que
anatematizarlos, relegándolos al desprecio y al olvido.
He aquí por qué el Jefe de la Revolución Restauradora, General Cipriano
Castro, comprendiendo estas verdades, al tomar posesión del Ejecutivo, ha
tenido la idea de traer a su rededor hombres nuevos, y al efecto ha hecho ya surgir algunos en el poder.
Entre los pocos, que han venido ya a la escena, está el señor General Juan
Vicente Gómez, actual Gobernador del Distrito Federal.
Intentemos, pues, delinear la figura de este magistrado, que es el objeto
de este esbozo.
Es el señor General Gómez lo que se llama un personaje nuevo en nuestra
política gubernamental.
Hijo de padres acomodados y laboriosos, vio la luz el General Gómez en San
Antonio del Táchira, el 24 de julio de 1857.
Aleccionado en buenos principios, y muy joven todavía, ingresó en 1886 en
las filas del partido Liberal, bajo cuya gloriosa bandera ha venido militando y
supo distinguirse el 92, como soldado resuelto, en las memorables batallas de
El Topón, Táriba y Palmira.
Verdadero liberal, y por ende, enemigo de todo poder autocrático, cuando el
Presidente Andrade se dio a ultrajar la soberanía de la República, y el General
Castro alzó en los Andes el grito de la Revolución Restauradora, el General
Gómez no vaciló en poner al servicio de ésta la fortuna que poseía, producto de
honrado afán. Y no solamente vino a servir con su fortuna a la Revolución, sino
que también con su persona, proporcionándole toda clase de elementos, como
armas, pertrechos y aun hombres o soldados. Así hubo de hacer toda la campaña,
hasta su llegada a la metrópoli, donde pasó por la pena dolorosa de perder a un
hermano suyo, el malogrado joven Coronel Aníbal Gómez, que a consecuencias de
la guerra, a los 22 años de edad, vio truncar su carrera militar, al
servicio de la Causa Restauradora.
Ya aquí veamos ahora al General Gómez como figura en el estrado político de
la Gobernación.
Nacido en la región andina, es el General Gómez un venezolano de fisonomía
franca y sincera, que inspira confianza en la comunidad con sus modales atentos
y su deseo de servir bien al público y dejarlo complacido.
No contaminado por los refinamientos de la argucia y la falsía, que han
sido anteriormente la norma de conducta en muchos de nuestros Gobernadores del
Distrito; no influido por el incentivo venenoso de las pasiones banderizas, que
en no pocos de ellos han privado hasta hacer allí del poder un foco de partido,
y por consiguiente, una rémora para el reclamo y remedio de las necesidades
públicas; su aparición, desde luego, en aquella curul se ha recibido en esta
sociedad con general beneplácito, como prenda de confianza y garantía de
orden para los intereses procomunales.
No es él un ambicioso, que se engríe con respirar la atmósfera del poder,
no es un Magistrado, que se mira muy alto y envanecido ve desde la silla
gubernamental a los demás muy pequeños, como es común en los que, cándidos, no
comprenden que el talento práctico en los puestos públicos se cifra en saber
hacerse querer, y no en hacerse odiar.
Educado él en costumbres sencillas y en el amor al trabajo, es un
republicano que se hace accesible a todos, sin repeler a nadie. No conoce el
artificio del engaño, y por consiguiente sabe ser franco en su palabra y leal
en su proceder, para no burlar con promesas no cumplidas.
Sin ambiciones, ha venido a la Gobernación del distrito, porque se le ha
traído, por considerársele un fiel colaborador de la situación para ayudar,
como elemento sano, a la estabilidad del orden público, en este periodo de
difícil transición.
En el poco tiempo que lleva administrando los intereses del Distrito, no se
ha oído de él una sola queja, porque no ha violado ningún derecho, ni herido
ninguna delicadeza personal.
No es él de esos funcionarios públicos, que con tendencias
anti-republicanas se encastillan en su despacho, para no dejarse ver; es, por
el contrario, un buen amigo, un afable ciudadano, un verdadero liberal, que
tiene siempre abiertas las puertas de su oficina, con fácil acceso a todo el
que le quiere solicitar.
El General Gómez es un sujeto que se revela humanitario. Prueba de ello es
que en los días en que acude mucha gente pobre, como un jubileo, a la
Gobernación, en demanda de algún consuelo para sus necesidades, él se muestra
siempre mano abierta, no dejando que ninguno de aquellos desvalidos, viejo o
niño, mujer u hombre, salga de allí sin un óbolo, que atenúe su aflicción. Esta
conducta, no conocida hasta ahora en las prácticas de nuestros Gobernadores, le
han granjeado verdaderas simpatías, por cuanto le exhibe de ánimo noble y amigo
del pueblo, en contraste con otros que no han sido aquí sino duros y
absorbentes, acaparadores voraces de lo que cae en las cajas públicas.
Viene aquí bien recordar que en la política el que no da y sabe ser
reconocido y generoso con sus servidores, no puede conquistar adeptos, ni
tiene, por ende, derecho a perdurar en la memoria de sus conciudadanos.
Columna, una de las más firmes en la actualidad, por sus importantes
servicios a la Revolución, es, sin duda el Jefe andino una figura de porvenir.
Para completar la fisonomía pública del General Gómez en la Gobernación,
acompáñalo como Secretario también un hombre nuevo, el señor Pimentel Coronel,
ilustrado periodista y, escritor, que goza de reputación en nuestras letras.
Magistrados, pues, como el señor General Gómez, no pueden menos que atraer
simpatías a una Administración. Y lo que es la presente, por ello debe
felicitarse, al ver que ha sabido inspirarse en uno de los anhelos del Jefe del
Ejecutivo, los hombres nuevos.
J. I. González Narváez.