miércoles, 6 de enero de 2016

CONFERENCIA DEL DOCTOR PEDRO MANUEL ARCAYA


SOBRE LA SITUACIÓN ACTUAL DE SU PAĺS

El eminente Ministro de Venezuela, Dr. Pedro Manuel Arcaya.

Transmitida el 26 de octubre de 1930 desde la Estación Radiotelefónica de la Columbia Broadcasting Company, en la ciudad de Washington D.C. (U.S.A.).

Señoras y Señores:
La República de Venezuela, es decir, los Estados Unidos de Venezuela según la denominación oficial, es una de las naciones de Sur América que baña el Mar de las Antillas, el cual la limita por el Norte. Linda por el Este con la Guayana Inglesa; por el Sur con el Brasil; y por el Oeste con Colombia. Su nombre es un diminutivo de Venecia; porque los descubridores del país encontraron los indios de la región de Maracaibo viviendo en aldeas formadas por chozas construidas sobre estacas elevadas dentro del Lago mismo. El nombre en diminutivo ha hecho creer a muchos que Venezuela es un país pequeño. Nada más inexacto. Dentro de sus límites cabrían holgadamente Francia y Alemania, sobrando todavía mucho terreno.

De la gran Cordillera de Los Andes se desprende en Colombia un largo ramal que penetra Venezuela en dirección noreste. Al pie de su vertiente norte está el Lago de Maracaibo, que se comunica con el mar. De la del sur se desprenden grandes ríos que van a caer al poderoso Orinoco, el cual viene de las montañas situadas en la región limítrofe con el Brasil. Con el ramal andino se empatan otras cordilleras más bajas que corren paralelas a las costas del mar. Detrás están los Llanos, circundados hacia el Sur por el Orinoco y sus afluentes. Más allá de los Llanos y en ambas vertientes de los Andes, hay grandes bosques: la floresta tropical en todo su esplendor y magnificencia.

La orografía de la República da lugar a una notable diversidad de climas. En varias cumbres andinas hay nieve perpetua. Es intenso el calor de las costas, aunque nunca tan fuerte como el de ciertas regiones de los Estados Unidos en verano. En los valles que se hallan a alturas de ochocientos a dos mil metros la temperatura es siempre agradabilísima. Caracas, la Capital de la República, es conocida como la ciudad de la primavera perpetua.

Sin embargo, es escasa nuestra población. Apenas habrá ahora alrededor de tres millones doscientos mil habitantes. (El último censo de 1926 dio algo más de tres millones: pero la población ha seguido aumentando después). Varias causas contribuyeron a evitar el crecimiento que debió haber, en atención a que es enorme la natalidad y, por consiguiente, larguísimas las familias. Una de estas causas era la frecuencia de ciertas enfermedades tropicales en las costas y en las regiones cálidas de los Llanos; pero se las ha venido combatiendo eficazmente desde que cesaron, hace más de veinte años, las guerras civiles. La fiebre amarilla ha quedado totalmente extinguida, siendo así que, anteriormente, hacía inhabitables para el extranjero muchas ciudades venezolanas. También se ha logrado extinguir la viruela que, todavía a fines del siglo pasado, devastaba poblaciones enteras. Los estragos del paludismo han disminuido considerablemente. El estancamiento de la población como del atraso en que, desde su Independencia hasta la primera década de la presente centuria, estuvo Venezuela, se debieron en último análisis, a las guerras civiles por la miseria general que acarreaban y por las enormes pérdidas de vidas que causaban.

Las guerras civiles han sido el azote de casi toda la América Latina; y en Venezuela se caracterizaron, desgraciadamente, por largas ruinosas y encarnizadas, al mismo tiempo que por el espíritu de caballerosidad que en ellas predominaba, siendo caso desconocidos en ellos los fusilamientos y asesinatos de prisioneros.

Miopía intelectual y pobreza de criterio demuestran quienes atribuyeron nuestras pasadas contiendas intestinas y la tendencia que a veces revive, aunque muy aisladamente, a renovarlas, a causas superficiales como la violación, verdadera o supuesta, de los preceptos de las reconstituciones que nos han regido, la reelección de un Presidente, el apoyo oficial con que otro haya ascendido al Poder, u otros sucesos semejantes. Causas más hondas lo produjeron. Hay que buscarlas en tendencias raciales, en las condiciones del medio físico y del económico; en la influencia ejercida en cada generación por los sucesos ocurridos en la precedente; en el espíritu de imitación; en la facultad misma que antes tenían para emprender tales guerras los caudillos que las hacían.

De nuestros antepasados españoles nos viene la emotividad y el entusiasmo pronto. La mezcla de las razas; la gran llanura abierta; el caballo que se multiplicó increíblemente al importarlo los españoles en Venezuela; la facilidad de hallar el alimento diario con muy escaso esfuerzo; las noches frescas, estrelladas y secas, que convidan con las grandes veladas al aire libre, oyendo siempre el relato de aventuras heroicas; todo esto demostró el instinto belicoso de una población sobria, resta a las sugestiones de la gloria guerrear; fácil de dejarse guiar por la palabra cálida y, más aún, por el gesto viril y la evocación de grandes ideales. De allí la parte eminentísima que, conducidos por Bolívar, tuvieron los venezolanos de su época en la Independencia de América. En todos los campos de batalla de la América meridional desde Venezuela hasta los límites de Bolivia hacia el Sur, se oyeron las voces de mando de nuestros generales. Los soldados de Venezuela que ellos comandaban eran hombres aguerridos capaces de los actos más audaces.

Terminada la guerra de Independencia, el mismo ardor bélico fue puesto al servicio de ambiciones pequeñas que se disfrazaban con la proclamación de grandes ideales. De allí el doloroso periodo de nuestras contiendas fratricidas. Siempre habría para los revolucionarios un tirano espantoso y execrable a quien era menester derribar si se había de salvar la Patria. Los bandos se sugestionaban con las frases que juzgaban grandilocuentes, cuando realmente eran lugares comunes, de los oradores y escritores que atizaban la guerra. Cada uno combatía con fanatismo, como si del resultado de aquellas oscuras guerras civiles dependiese la marcha de la civilización mundial. Mientras tanto, el país se arruinaba. Un escritor que vivió en uno de los más tormentosos periodos de nuestra historia escribió que el grito de viva la libertad era sinónimo de muera el ganado. En efecto, todo lo consumían las fuerzas beligerantes: no sólo el ganado sino cuanto necesitaban. Por otra parte, eran muy pocos los que se decidían a fundar empresas de importancia cuando tan expuestos estaban a perder el fruto de su trabajo.

Aquello parecía un sueño trágico cuyo despertar no se columbraba. Ocurrió, sin embargo, y fue terrible. Encontrándonos en plena guerra civil bloquearon nuestros puertos en 1902 las escuadras combinadas de Alemania, Inglaterra e Italia. Urgían por un arreglo que asegurase el servicio de nuestra deuda exterior cuyos títulos estaban en manos de varios de sus nacionales y por el pago de una multitud de reclamaciones de otros, entre ellos, por perjuicios que decían haber sufrido en la misma guerra civil y en las anteriores. Intervino el Presidente de los Estados Unidos, Mr. Roosevelt. Se sometieron a arbitraje las reclamaciones que motivaron el bloqueo y resultamos condenados a pagar una suma que, dado el estado de ruina en que nos encontrábamos, resultaba enorme. Tuvimos, además, que celebrar un convenio para la amortización, con intereses, de nuestra crecida deuda exterior que databa en parte de la Independencia. El pueblo se dio cuenta de que continuar guerreando era el suicidio de la Nación. El General Juan Vicente Gómez, Jefe entonces del Ejército Nacional, encarnó la voluntad de paz, que, en suma, era un instinto profundo de vida del pueblo venezolano. Gómez, en una brillantísima serie de tremendos combates, redujo a los jefes revolucionarios. La última batalla se libró en Ciudad Bolívar el 21 de julio de 1903, cuyo aniversario se celebra en Venezuela. Es el día de la paz. Poco más de cinco años después, el mismo General Gómez asciende a la Primera Magistratura que, desde entonces, es decir, desde 1908, ha desempeñado varias veces, siendo otras Jefes del Ejército, cargo que ejerce actualmente. El Presidente de la República es el jurista Doctor Juan Bautista Pérez.

A partir de 1908 han sido notables los progresos realizados en Venezuela. Antes no había, fuera de los ferrocarriles, sino malos caminos de herradura. Hoy, todo el país está cruzado de magníficas carreteras. Numerosas obras públicas se han llevado a cabo. La instrucción ha progresado enormemente. Todo esto se ha hecho sin comprometer el porvenir de la República mediante empréstitos; antes por el contrario, cancelando al mismo tiempo las antiguas deudas de la Nación, como luego se explicará. Ni siquiera es extranjero el capital invertido en nuestras empresas e industrias sino nacional, excepto en lo que respecta a ferrocarriles y la industria petrolera. Las fincas agrícolas y pecuarias están en manos de venezolanos. Algunas las poseen extranjeros, pero son residentes allá. Funcionan un Banco Agrícola y Pecuario y un Banco Obrero: el primero destinado a hacer préstamos a los agricultores y el segundo a proporcionar a los obreros habitaciones baratas. El capital de cada uno de ellos ha sido suministrado por el Tesoro Nacional a un tipo de interés mucho más bajo del que habría podido obtenerse por medio de préstamos en el extranjero. Una reciente Ley del Trabajo, inspirada en las de los países más adelantados, da plenas garantías a los obreros y establece las reglas más humanitarias y equitativas respecto a la indemnización por accidentes de trabajo. No existe el problema agrario. Sobra la tierra para quien quiera cultivarla sin necesidad de expropiar a nadie. Cuando se presenta cualquier colisión que pueda llegar a ser peligrosa entre algún propietario y los labradores que han ocupado sus tierras, se procura solucionarla siempre con arreglo a la justicia y a la equidad. Un caso típico de cómo se resuelven en Venezuela estos asuntos fue el que ocurrió hace pocos años en los terrenos del río Tocuyo en el Estado Falcón, siendo Presidente de la República el General Gómez. Se trataba de más de cincuenta leguas de terreno que había enajenado la Nación a mediados del siglo pasado. Vino a parar esta propiedad a manos de un capitalista venezolano quien, fundado en su título perfecto, aspiraba a que los miles de labradores, allí establecidos le pagasen arrendamiento y se abstuvieran de nuevos cultivos. El General Gómez compró los terrenos y los donó a las Municipalidades respectivas con la obligación para éstas de otorgar gratuitamente a título de propiedad a cada labrador por lo que hubiera cultivado.

Ya he dicho que la única gran industria que, propiamente, está en Venezuela en manos de extranjeros es la explotación del petróleo, que llevan a cabo diversas compañías americanas, inglesas y holandesas. En Venezuela no hay capitales privados tan fuertes como para haber acometido ellos tales explotaciones, que requieren gastos cuantiosísimos y son, como es sabido, excesivamente aleatorias. No podía el Gobierno hacerse empresario para explotar él mismo los yacimientos. Para esto habría sido menester comprometer el crédito del país con enormes empréstitos sin la seguridad del éxito y con el cúmulo de inconvenientes que habría acarreado una empresa oficial tan vasta. La única alternativa, si no se permitía entrar en estas empresas al capital extranjero, era dejar que permaneciese en las entrañas de la tierra el petróleo que pudiera hallarse allí, sin utilidad para nadie. Se optó, en consecuencia, por permitir que cualquiera empresa extranjera, con tal que no dependa de ningún gobierno, pueda adquirir concesiones petroleras. Estas se otorgan conforme a una de las mejores en este ramo y la cual ha mantenido celosamente el principio de que los minerales del subsuelo pertenecen a la Nación aunque el suelo sea de propiedad privada. Las concesiones no constituyen una enajenación perpetua del subsuelo sino que son temporales y durante el tiempo de su vigencia deben pagar sus dueños a la Nación un royalty o regalía y otros impuestos. Tan sencillo y claro es el sistema de nuestra legislación que, con sólo consultar una colección de la “Gaceta Oficial”, puede averiguarse cuáles son las concesiones vigentes, fuera de las cuales nadie puede alegar derecho alguno al petróleo. Esto evita litigios y da una perfecta seguridad a los concesionarios. La Nación percibe una cuantiosa renta sin arriesgar ni un centavo y sin desprenderse irrevocablemente de su valiosa propiedad. Los resultados del sistema que hemos seguido están a la vista. Venezuela ocupa el segundo rango entre los países productores de petróleo. No tiene por delante sino a los Estados Unidos de América.

Ya se ha dicho que la agricultura está en manos de los venezolanos; pero muchos agricultores estarían dispuestos a asociar en sus empresas a capitalistas americanos, lo cual redundaría en mutuo provecho. Venezuela produce café de calidad fina; cacao quizás el mejor del mundo; se da magnífica la caña de azúcar; tiene vastas llanuras donde se cría casi salvaje el ganado; son variadas y preciosas sus maderas. El coco, el arroz, el maíz, todos los frutos, en fin, de los climas cálidos y muchos de los templados, se dan con abundancia insólita. Nada mejor que Venezuela para grandes plantaciones de caucho y de fibras. Ningún país en la América está mejor situado para la exportación.

Lo que puede llegar a ser Venezuela con veinte años más de paz se deduce por lo que se ha logrado durante los primeros veinte de lo que pudiéramos llamar era gomecista.

Para el primero de enero de 1909 la deuda de la República ascendía a Bs. 260.817.101,18 (incluyendo el monto de varias reclamaciones pendientes y ajustadas después). Para el primero de enero del presente año apenas quedaba Venezuela a deber Bs. 52.791.295,83, suma total de sus deudas exterior e interna; pero como en mayo último había en tesorería en dinero efectivo un depósito de Bs. 101.919250,84, acordó el Congreso a petición del señor General Gómez que se produjera a la cancelación inmediata de lo que estaba a pagarse por deuda exterior. De este modo ella quedará totalmente extinguida y con las amortizaciones hechas y por hacerse en el presente año, de la deuda interior, única que en parte quedará pendiente, ésta quedará reducida a poco menos de Bs. 20.000.000 para el primero de enero de 1931. Los venezolanos estamos orgullosos de este extraordinario resultado, único hoy en el mundo.

El comercio exterior, comprendiendo importaciones y exportaciones, ascendía para 1908, según reciente trabajo del Doctor Roberto Álamo Ibarra, a Bs. 126.000.000 y en 1929 llegó a más de mil millones, es decir, subió a más del 700 por ciento. Es como si una vieja aldea con casas de dos pisos se hubiera transformado en veinte años en una ciudad moderna con grandes edificios de catorce pisos. En otros veinte años más la progresión será sin duda mayor del 700 por ciento. Subirá quizás a mil por ciento y llegará, cuando menos,  a más de diez mil millones el total de nuestro comercio.

No hay temor de nuevas guerras civiles en Venezuela. El pueblo recuerda ahora con pavor la época de ellas. Se han hecho además imposibles en la forma en que antes ocurrían, que era de alzamientos de descontentos en los montes formando guerrillas que después se juntaban en ejércitos para librar batallas contra los del Gobierno. Hoy, con el armamento moderno, que consume enormes cantidades de municiones, y con las restricciones puestas en todas partes al comercio de armas; con el cable y el radio que avisarían la salida de cualquier expedición filibustera; y dada la rapidez con que el Gobierno podría movilizar sus fuerzas en camiones y aeroplanos para impedir cualquiera operación de desembarco de armas, resulta prácticamente imposible que se renueven las guerras civiles al estilo antiguo. Ya en Venezuela, como en el resto de la América Latina, y aún de todo el mundo, no se concibe el éxito de ninguna revolución que no sea hecha por el Ejército regular. Pero no hay posibilidad alguna de que esto ocurra en mi país. El Jefe del Ejército es el General Gómez y a nadie puede ocurrírsele que él vaya a dar un golpe de Estado para asumir la Presidencia que rehusó cuando para ella fue elegido por el Congreso. Ni hay riesgo alguno de que los oficiales del mismo Ejército hagan una revolución a la vez contra el General Gómez y contra el Presidente. Hay de por medio vínculos personales derivados de compromisos contraídos “de hombre a hombre” que ningún venezolano quebrante porque la lealtad es virtud venezolana.

De ahí que la situación política de Venezuela resulte tan sólida como es brillante su situación financiera.

D. Pedro Manuel Arcaya.

(Publicado en el periódico “El Nuevo Diario”, 7 de noviembre de 1930).