viernes, 16 de diciembre de 2016

EL GENERAL GÓMEZ MURIÓ EL 17 Y RECIBIÓ LOS SANTOS ÓLEOS



Monseñor Hilario Cabrera Díaz, párroco para diciembre de 1935.


El General Gómez murió el 17 y sí Recibió los Santos Óleos. Relato del sacerdote que asistió al “Benemérito” a la hora de su muerte. 

Maracay, marzo 8 (Corresponsal Especial). Ha quedado esclarecido el tan debatido tema de si al Benemérito le fueron suministrados los santos óleos pocos momentos antes de morir. Ha dicho la última palabra Monseñor Hilario Cabrera Díaz, párroco y capellán del ejército para diciembre de 1935.

-Yo le suministré los santos óleos el martes 17 en momentos de gravedad- nos contó el ilustre prelado.

-Atiéndalo padre; no quiero que papá se muera así.

-Yo le recé mis oraciones –siguió el entrevistado-. Sin embargo, la confesión no fue posible, pues el General Gómez estaba en sus últimos momentos.

Había otro punto, acerca del cual Monseñor Cabrera podía dar su opinión, como hombre que estuvo cerca del General en la hora de su muerte.

Y con gusto respondió el sacerdote la pregunta del corresponsal. Sin pensarlo mucho aseguró que el Benemérito falleció el 17 de diciembre de 1935, pocos minutos antes de las doce. A pesar de no poder precisar con exactitud el minuto en que se extinguió la vida del mandatario, nuestro anciano interlocutor aseguró que fue antes de las doce. El pudo darse cuenta de la hora cuando se dio por definitivo el fallecimiento del General.

-En realidad- añadió el Prelado Doméstico de Su Santidad- el General Gómez se puso grave el domingo 15 y tuvo un desvanecimiento que duró una hora, tiempo durante el cual hasta los médicos creyeron que allí concluiría todo.

Monseñor Cabrera cuenta complacido algunos aspectos de la vida del General, quien a pesar de asistir poco a la iglesia solía decirle cuando llegaba a las puertas del templo –para apadrinar algún niño o cumplir como gobernante-: “Padre, hasta aquí mando yo; de ahí para adentro mandan usted y el sacristán”.

El sacerdote continuó evocando los días finales del Benemérito y recordó un nombre. El del padre Isaías Núñez, capellán del General, -quien estuvo presente hasta el momento del desenlace. Recordó también el día en que fueron puestos en libertad los presos políticos –los tiempos del doctor Francisco Baptista Galindo- en que el General, después de enviar a Tarazona a la iglesia para averiguar si había mucha gente, entró y se arrodilló frente al altar.

-Lo recuerdo perfectamente, concluyó Monseñor Cabrera. Eran las cinco y media de la tarde. Al llegar junto a mí dijo que ese era un gran día. Y al llegar a su casa contó a sus familiares que se había arrodillado con mucho gusto a pesar de que lo molestaba la herida de la rodilla.

 (Diario “La Esfera”, Caracas, 10 de marzo de 1952. Número 8.950).