Monseñor Hilario Cabrera Díaz, párroco para diciembre de 1935.
El General Gómez murió el 17 y sí Recibió los
Santos Óleos. Relato del sacerdote que asistió al “Benemérito” a la hora de su muerte.
Maracay, marzo 8
(Corresponsal Especial). Ha quedado esclarecido el tan debatido tema de si al
Benemérito le fueron suministrados los santos óleos pocos momentos antes de
morir. Ha dicho la última palabra Monseñor Hilario Cabrera Díaz, párroco y
capellán del ejército para diciembre de 1935.
-Yo le suministré
los santos óleos el martes 17 en momentos de gravedad- nos contó el ilustre
prelado.
-Atiéndalo padre;
no quiero que papá se muera así.
-Yo le recé mis
oraciones –siguió el entrevistado-. Sin embargo, la confesión no fue posible,
pues el General Gómez estaba en sus últimos momentos.
Había otro punto,
acerca del cual Monseñor Cabrera podía dar su opinión, como hombre que estuvo
cerca del General en la hora de su muerte.
Y con gusto
respondió el sacerdote la pregunta del corresponsal. Sin pensarlo mucho aseguró
que el Benemérito falleció el 17 de diciembre de 1935, pocos minutos antes de las doce. A pesar de
no poder precisar con exactitud el minuto en que se extinguió la vida del
mandatario, nuestro anciano interlocutor aseguró que fue antes de las doce. El
pudo darse cuenta de la hora cuando se dio por definitivo el
fallecimiento del General.
-En realidad-
añadió el Prelado Doméstico de Su Santidad- el General Gómez se puso grave el
domingo 15 y tuvo un desvanecimiento que duró una hora, tiempo durante el cual
hasta los médicos creyeron que allí concluiría todo.
Monseñor Cabrera
cuenta complacido algunos aspectos de la vida del General, quien a pesar de
asistir poco a la iglesia solía decirle cuando llegaba a las puertas del templo
–para apadrinar algún niño o cumplir como gobernante-: “Padre, hasta aquí mando yo; de ahí para adentro mandan usted y el
sacristán”.
El sacerdote
continuó evocando los días finales del Benemérito y recordó un nombre. El del padre
Isaías Núñez, capellán del General, -quien estuvo presente hasta el momento del
desenlace. Recordó también el día en que fueron puestos en libertad los presos
políticos –los tiempos del doctor Francisco Baptista Galindo- en que el General,
después de enviar a Tarazona a la iglesia para averiguar si había mucha gente,
entró y se arrodilló frente al altar.
-Lo recuerdo
perfectamente, concluyó Monseñor Cabrera. Eran las cinco y media de la tarde.
Al llegar junto a mí dijo que ese era un gran día. Y al llegar a su casa contó
a sus familiares que se había arrodillado con mucho gusto a pesar de que lo
molestaba la herida de la rodilla.
(Diario “La
Esfera”, Caracas, 10 de marzo de 1952. Número 8.950).