Benemérito General Juan Vicente Gómez, Presidente de la República de Venezuela, quien ha sido constante benefactor de la Universidad de los Andes. Mérida, marzo de 1935.
Mérida, marzo de 1935. El día 29 de
marzo de 1935 es una fecha trascendental para Mérida: en él se cumple el
Sesquicentenario de la fundación del Seminario de San Buenaventura, raíz de la
actual Ilustre Universidad de los Andes. Para expresarnos justamente, debemos
decir que la República entera toma parte en esa conmemoración, porque de todas
las actividades de un país, ningunas otras tienen mayor significado nacional
que las que se relacionan con su instrucción pública y, por consiguiente,
ninguna menos propias que ellas para ser encerradas dentro de los límites
regionales, aunque una circunstancia geográfica las vincule a un lugar
determinado. Venezuela ha gozado de los beneficios espirituales que durante
siglo y medio han manado, como de una fuente inestancable, de los claustros del
viejo Seminario de San Buenaventura; es natural, pues, que a Venezuela toda
corresponda el deber de celebrar esa efemérides.
El doctor Roberto Picón Lares, digno
Rector de la Universidad, ha tenido la feliz idea de encomendar a los actuales
profesores sendas monografías acerca del desenvolvimiento cultural y los progresos
materiales del establecimiento durante el lapso que va de la fundación a
nuestros días, y me ha tocado en suerte la parte relativa a la influencia que
ha ejercido en el desarrollo del Instituto la fecunda Administración del
Benemérito General Juan Vicente Gómez.
Con una visión neta de las ventajas
que el Instituto deriva de su radicación, el Benemérito General Juan Vicente
Gómez comenzó a protegerlo desde los primeros momentos de su ascensión al
Poder. Esas ventajas provienen de la situación geográfica de Mérida, la cual,
hallándose enclavada en el centro del área de los tres Estados de población
considerable, es a la vez de fácil acceso para otros que le están vecinos,
merced a las modernas vías de comunicación; además su clima ideal constituye un
halago para los estudiantes que vienen a su Universidad, porque ellos ven en él
una garantía para su salud así como también su ventajosa vida económica
representa una facilidad no menos considerada, sobre todo para el estudiante
pobre.
La primera medida del Benemérito
General Gómez a favor de la Universidad consistió en el aumento de los sueldos
del profesorado y en general de los de todos los empleados, lo que trajo por
consecuencia el mejoramiento del personal dedicado a la enseñanza. El periodo
comprendido entre 1910 y 1915 fue particularmente fecundo en beneficios, pues
en él se llevó a cabo la clasificación y encuadernación del rico archivo de la
Universidad, en gruesos volúmenes de más de 500 páginas, con pastas de lujo y
lomos de cuero. Dicha obra, realizada a todo costo, dio por resultado una
colección de 300 tomos. La Biblioteca se enriqueció con más de mil volúmenes de
obras modernas, repartidos en veinte nuevas vitrinas. En el Gran Salón de Actos
Públicos se construyeron galerías de dos pisos, que dieron a dicho
departamento, comodidad y belleza. Asimismo, se levantó sobre el corredor
oriental del claustro correspondiente otra igual de alto y la Secretaría fue dotada
de valiosos estantes y vitrinas.
En 1918, habiendo llegado a
conocimiento del Benemérito General Gómez el estado ruinoso del segundo
claustro y la necesidad de ampliar todas sus piezas para mayor comodidad de las
clases, inmediatamente dictó las órdenes consiguientes, y en ese mismo año
restableció la Escuela de Farmacia y creó los estudios de Agrimensura.
De 1922 a 1925 ordenó la
pavimentación por el sistema de concreto del patio, el claustro, los salones de
clases y el enmosaicado del Paraninfo, el Rectorado y la Secretaría, así como
también la provisión de agua para todos los departamentos de la Universidad.
De 1925 a 1927 dispuso que se
fabricaran los modernos departamentos para la Escuela de Medicina, el corredor
del lado occidental del Gran Salón de Actos Públicos y la artística verja de
hierro que da a la calle Vargas. También pertenece a dicho periodo la
adquisición de costosos aparatos para el Gabinete de Física y de un magnífico
Gabinete de Química, lo mismo que de otra considerable cantidad de libros para
la Biblioteca.
Pero puede decirse que es en 1928
cuando el progresista Magistrado resuelve con entusiasmo espléndido, darle un
empuje total y definitivo a la Universidad, de modo que se coloque en primera
línea en el desenvolvimiento educativo de la República. Es de esa época el
importantísimo Decreto de marzo, por el cual se restablecen los estudios de
medicina con todas sus Escuelas y se dota al Instituto de Gabinetes y
Laboratorios realmente grandiosos.
Sin temor a incurrir en vicio de
hipérbole, puede asegurarse que quienquiera que conozca dichas dependencias las
encontrará a la altura de las mejores del mundo al respecto. Cuando se
considere la parte principalísima que la enseñanza experimental asume en los
sistemas educativos modernos, se comprenderá fácilmente la ventaja inapreciable
que esta mejora significa para el universitario merideño. Esos Gabinetes y
Laboratorios ponen al alcance de quienes vengan a estudiar en la Universidad de
los Andes medios de aprendizaje que difícilmente hallarán en otras partes; por
eso el Instituto debe estar orgulloso, como en verdad lo está, de disponer de
elementos de enseñanza más que suficientes para llenar a cabalidad sus nobles
tareas de preparar las juventudes estudiosas del país.
En el año de 1928 la Universidad se
ve favorecida con la dotación de un rico mueblaje moderno para las aulas, construido
según los últimos adelantos que ha impuesto la pedagogía.
Importante decreto del General Gómez para la ULA en 1928.
El año de 1932 señala un paso más en
la marcha ascendente e ininterrumpida que sigue el Ilustre Establecimiento
andino, gracias al apoyo constante que le brinda el Benemérito Primer Magistrado
de la República. Primero que todo, ordena él, como medida de ornato y de
higiene, que se construyan los jardines de la Escuela de Medicina; por otra
disposición, se adquieren valiosos muebles para el Paraninfo y el Rectorado y
posteriormente se techa el Gran Salón de Actos Públicos.
Pero la medida más importante de ese
año es la que crea la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, que vienen
funcionando con tan buenos resultados desde entonces y que constituye un nuevo
campo para que nuestra juventud adquiera conocimientos que son de primordial
interés en estos tiempos en que la pujanza del desarrollo material de los
pueblos tiene que apelar necesariamente al concurso de los profesionales de esa
clase. También es de 1932 la creación de la Escuela de Enfermeras.
En 1934 el General Gómez ordena la
reconstrucción de las viejas y ruinosas dependencias del antiguo Seminario y la
construcción de una piscina y un campo deportivo para los universitarios, obras
éstas que se inauguran en la fecha del Sesquicentenario. Por otra disposición
del mismo año, dota de un nuevo mueblaje a la Secretaría, la Biblioteca y los
Gabinetes.
Por último, la protección del
Benemérito Presidente a la Universidad alcanza su grado máximo este año de
1935, con su orden de reconstruir y embellecer totalmente el edificio. Cuando a
principios de enero último, una Comisión del Estado Mérida fue a Maracay a
presentarle el testimonio de la gratitud regional por el generoso subsidio a
los agricultores de café y cacao, tal homenaje, espontáneo y altamente
significativo, despertó su viva simpatía; y en el afán de dar una prueba más
del afecto que experimenta por la colectividad merideña, acertó a concretar sus
sentimientos en una medida que favorece lo que ella más quiere, su vieja
Universidad. Al efecto, concedió una ayuda semanal de dos mil bolívares para
que, con la dotación del año próximo pasado, se lleven rápidamente a su
terminación los trabajos mencionados, orden que se está cumpliendo
estrictamente; y así, en la fecha de la celebración del Sesquicentenario se
inaugurará una buena parte de las obras de reconstrucción realizadas hasta
ahora.
Universidad de los Andes. Trabajos de ampliación y mejoras en 1935.
Es de justicia mencionar el interés
que ha desplegado el digno Rector de la Universidad, doctor Picón Lares, en la ejecución de esas órdenes. Con la inteligencia y la actividad características
de su dinámico espíritu, ha colaborado infatigablemente en esta obra de
incalculables beneficios para el Instituto merideño. Actualmente, en la
Universidad no se descansa: un vértigo de progreso turba la quietud tradicional
de los viejos claustros; por dondequiera se amontonan en su interior,
bloqueando el paso, piedras y ladrillos; el fragor de palas, barras, martillos
y demás utensilios de trabajo hace coros con la vocinglería de los estudiantes;
y causa alegría de ver cómo instante por instante van haciéndose tangible
realidad las nuevas edificaciones y cómo los venerables muros centenarios,
después de haber cumplido su misión de dar abrigo a tantas generaciones que
hicieron grande el nombre de la patria, hoy ceden el puesto a otros que
prolongarán en la vida futura venezolana las tradiciones de la vieja casona de
San Buenaventura; en el patio principal, los bustos del Libertador, del General
Páez, del Canónigo Uzcátegui y del doctor Eloy Paredes, erigidos en esta época
de esplendor para la Universidad, miran con pupilas atónitas la inusitada
fiebre de actividad actual, como si en su pétrea mudez pensaran que los hombres
de hoy se han vuelto locos. Y mientras tanto, del centenario edificio
conventual va surgiendo hermosamente la nueva Universidad.
Particular interés, dignos de los
mayores elogios, ha tomado el Ejecutivo del Estado Mérida en la conmemoración
de este Sesquicentenario, que tan hondamente llega al alma de la colectividad
regional. Desde los primeros pasos de su Administración, el culto Presidente
señor Paredes Urdaneta ha dedicado singulares cuidados a todo lo que se
relaciona con la vida de la Universidad; su generosa juventud ha armonizado
fácilmente con la otra, noble, franca y perseverante, que estudia en los viejos
claustros y en la cual cifra la patria sus mejores esperanzas; y así, hermoso
gesto suyo, que era todo un programa de los sentimientos de simpatía, en que
venía inspirado respecto a la clase universitaria, fue costear, a nombre del Benemérito
General Juan Vicente Gómez, en los primeros días de su Administración, la
colocación para el grado de Doctor de cuatro estudiantes pobres.
Asimismo, paralelamente al
entusiasmo que existe en los trabajos de la Universidad, él ha dado vigoroso
impulso a la obra de terminación del Hospital “Los Andes” de esta ciudad,
establecimiento que viene a formar, de cierto modo, una dependencia de aquel
Instituto ya que en su seno reciben clases prácticas los estudiantes de
medicina y las señoritas de la Escuela de Enfermeras y encuentran generosa
acogida los universitarios enfermos.
Estos son, pues, a grandes rasgos
los beneficios de la obra del engrandecimiento nacional del Benemérito General
Juan Vicente Gómez en lo tocante a la Universidad de los Andes. Mérida conserva
con veneración el nombre del doctor Francisco Antonio Uzcátegui y Dávila, el
procero Prelado que fundó la primera escuela pública en el Estado; ignoro si
conservara también el de la persona, digna asimismo de la mayor veneración, que
regó las primeras semillas de trigo en la entraña ubérrima de sus montañas;
pero estoy seguro de que tendrá imperecedera gratitud para el patriota
Magistrado que se ha interesado como nadie por la suerte de su máximo plantel
de educación, el Benemérito General Juan Vicente Gómez.
Una promesa de la perenne duración
de esa gratitud la constituyen las siguientes bellas palabras del discurso que
pronunció el doctor Roberto Picón Lares, el último 19 de diciembre, en el acto
de la inauguración de un busto del Ilustre Magistrado que ofreció a la
Universidad el Presidente Paredes Urdaneta:
“Nombramos el Instituto; elogiamos
su progreso; celebramos sus conquistas intelectuales y el intenso desarrollo
cultural que desde sus viejos claustros se viene expandiendo hacia todos los confines
de la República, y la figura del Ilustre Jefe de la Rehabilitación, surge en
nuestras mentes alzada sobre esos techos venerables como la sombra protectora y
amiga a cuyo amparo este añoso árbol de la sabiduría patria hoy renacido, ha
visto espesarse sus frondas seculares en magnífica profusión de hojas nuevas y
ha reído a la luz cubierto de flores de una primavera que es la primavera más
hermosa de su vida”.
V. M. Pérez Perozo.
(Publicado en el Periódico “El Nuevo
Diario”, el 29 de marzo de 1935).