Junta de Socorros del Distrito Federal. Sentados de izquierda a derecha:
Jesús María Herrera Mendoza, Dr. Vicente Lecuna, Monseñor Felipe Rincón
González, Santiago Vegas, Henrique Pérez Dupuy. Parados, de izquierda a derecha:
Dr. Luis Razetti, Pbro. Dr. Rafael Lovera, Dr. Francisco A. Rísquez y Rafael
Ángel Arráiz. Nota de la Dirección: En el momento de hacer tomar este grupo,
estaba ausente el señor Dr. Rafael Requena, razón por la cual no aparece en él.
Foto: Luis F. Toro. Revista "Actualidades", 8 de diciembre de 1918.
El Benemérito General Juan Vicente Gómez, dictó todas las medidas necesarias para
combatir el mal de la pandemia de 1918 en Venezuela, nombrando una Junta de
Socorros compuesta por miembros honorables de esta sociedad.
Caracas despierta como de una mala pesadilla; recobra el ánimo; vuelve a
sus empresas habituales con su alegría tradicional, y para estar en armonía con
su espíritu, para ser ella misma, enciende entre la noche de sus recuerdos una
luz de esperanza. Sonríe y espera. Qué leyenda más bella para el escudo de una
ciudad, que es como una mujer.
Y sin embargo, cuán inciertas han sido las horas pasadas. La peste ha
conmovido la ciudad hasta en sus cimientos, y la espantosa viajera, inseparable
de la muerte, ha mostrado como en algunos cuentos fantásticos la faz cadavérica
y los ojos amarillos, en los que se acumulaba un humor viscoso. Desde los
últimos días de octubre en que hizo su aparición, viniendo del norte, la
influenza española, un escalofrío intenso dobló nuestros nervios como a hierros
mohosos, en un presentimiento de angustias infinitas. La violencia de la
epidemia fue intensa desde su aparición, y la vendimia roja comenzó tumultuosa,
acelerada, guiñolesca, hasta alcanzar un ápice mortuorio sin precedentes en los
comienzos del mes de noviembre.
Pasada la primera impresión de estupor, Caracas se armó para la lucha
como una airada walkyria. Cruzarse de brazos hubiera sido mengua, y nuestra
ciudad, la ciudad que dio a la sagrada
lid tanto caudillo, no tenía para salir airosa de su cometido sino volver
los ojos al pasado, encenderse de amores por la caridad como antes lo hiciera
por un ideal de justicia, ser la Caracas de los Libertadores.
El 28 de octubre de 1918, el
Benemérito General Juan Vicente Gómez, dictó sendos decretos destinando la
cantidad de Bs. 500.000 para combatir la epidemia, y nombrando para la doble
campaña, sanitaria y de socorros, una Junta formada por el Ilustrísimo
Arzobispo de Caracas y Venezuela, que la preside, y de los señores doctores
Luis Razetti, Francisco Antonio Rísquez, Rafael Requena, y Vicente Lecuna,
Henrique Pérez Dupuy, J. M. Herrera Mendoza y Santiago Vegas. El señor Rafael Ángel
Arráiz fue nombrado Secretario. La responsabilidad de la empresa aquilató a
ellos el deseo de corresponder a la confianza que se les dispensaba, y su
reconocida caballerosidad y sus anhelos por el bien procomunal fueron como lo
anunciaron de los éxitos obtenidos. La sociedad de Caracas ha contraído para
con ellos una deuda impagable de gratitud, y así nos complacemos en
reconocerlo.
La circunstancia de haberle sido encomendada la dirección sanitaria de
la campaña al doctor Luis Razetti, encendió en la población la primera
llamarada de optimismo. La energía del sabio profesor, su bondad comunicativa,
sus trabajos sobre temas de higiene pública, sus treinta años de honrada labor
profesional, eran prenda segura de un activo y científico enrumbamiento de las tareas
sanitarias de la Junta.
El Doctor Luis Razetti,
Director Técnico de la Junta de Socorros del Distrito Federal. Año 1918.
Las juntas parroquiales, nombradas por la Central, y la Dirección de Sanidad Nacional, cumplieron dentro del radio de sus atribuciones.
Pero donde Caracas ha mostrado una de las fases más hermosas de su vida,
ha sido en el espíritu de solidaridad social que agrupó desde el comienzo de la
epidemia a todas las buenas voluntades, sin diferencia de clases, cada quien
consciente de que su caridad para con el vecino contribuía a su propio
bienestar. Ha sido un espectáculo insólito, digno de meditación y de loanza,
por el que nuestra ciudad ha mostrado que laten en su entraña, hoy como ayer,
mañana como siempre, las virtudes ingénitas que le dieron alas a sus hijos en
la magna cruzada de esparcir por la América del Sur las semillas de la
libertad, levantando altares a la República en la más noble emulación de
nuestros fastos. Ese espíritu de solidaridad social que ha cuajado en tanta
acción bizarra, espontánea y sincera, ha tenido un exponente magnífico en la
actitud asumida por la institución La
Gota de Leche de Caracas, que agregando a sus designios por la salvación de
la infancia el de la salvación de todos, ha hecho una labor magnífica que para
siempre resplandecerá en los anales de la caridad pública venezolana. Ella fue
de las primeras en ofrecer a los necesitados medicinas, médicos, abrigos y
alimentos.
Es de justicia al hablar de las suscripciones en metálico de La Gota de Leche, tributar un aplauso a
las colonias extranjeras que gozan de nuestra amplia hospitalidad y de nuestras
simpatías ingenuas, y que, todas, sin diferencias de ninguna especie, haciendo
causa común con nosotros en la desgracia, se apresuraron a arbitrar fondos
entre sus connacionales para contribuir al alivio de la población necesitada.
Caracas no olvidará jamás esta efusiva generosidad como no olvidará tampoco las
que vinieron de lejos como una aura refrescante, y entre ellas las que integra
la paternal solicitud de Su Santidad Benedicto XV, quien haciendo un alto en la
abrumante labor que pesaba sobre sus hombros en los días en que la tragedia de la
guerra europea culminaba en sangre y ruinas, acordó de la hija pobre y le envió
premurosamente una dádiva oportuna.
El comercio, en su acción colectiva, formó dignamente en las filas de la
caridad individual, y no solamente fueron sus contribuciones en dinero, sino la
de víveres, medicinas y abrigos, así como las que atañen a ciertos servicios
personales prestados por miembros de ese honorable gremio, las que obligan al
reconocimiento de los beneficiados.
A la izquierda: Doctor R. Gómez Peraza,
distinguido médico de La Guaira, quien con notable consagración asistió a 4.827
atacados de gripe. Páginas brillantes tiene la vida de este abnegado galeno. De
carácter festivo, caballeroso, Gómez Peraza se ha hecho de un nombre respetado
y la Ciencia tiene en él cifrada una esperanza. A la derecha: Doctor
César J. Amaral, médico del Departamento Vargas, que a pesar de haber sido uno
de los afectados de la epidemia, prestó oportunos servicios a los enfermos. Año
1918.
Una de las características de nuestra raza, y acaso la más admirable,
radica en la facilidad con que todo se improvisa a la hora en que la necesidad
se hace apremiante. Esta facultad ha encontrado motivos de gallardo lucimiento
en las circunstancias fatales por las que acabamos de pasar. Como los hospitales
creados no dieran abasto, se improvisaron muchos otros que funcionaron bajo el
mismo pie de higiene y comodidad que los antiguos y que aún rinden en el
crepúsculo de la epidemia servicios inapreciables, de acuerdo con los dictados
de la experiencia. Entre estos hospitales queremos señalar el que funciona en
el Templo masónico de esta ciudad, ofrecido con generoso ardimiento, en
obediencia a uno de los cánones de la institución, por los masones de la
capital. Y no por vano alarde nos detenemos en este hecho, sino para hacer
resaltar como timbre de honor para la libertad de conciencia en Venezuela, el
hecho singular de que fue el Arzobispo de Caracas, como Presidente de la Junta
de Socorros, quien inauguró el nuevo instituto benéfico e instaló en él a las hermanas
de San José de Tarbes, impulsado por un sentimiento de auténtica moral
cristiana, cuya saludable renovación apunta en nuestra sociedad como en los
pueblos depurados por el dolor y confundidos en un solo ideal en los campos de
batalla del mundo.
La situación de las cocinas populares, igualmente de origen cristiano
como toda emanación de la piedad puesta al servicio de las clases humildes,
tuvo también su hora de fortuna en medio de las necesidades creadas por la
violenta racha de la epidemia. La iniciativa correspondió al caballero
norteamericano señor A. V. McKay, quien fundó la primera en La Pastora, y que
en vista del éxito obtenido fue comisionado por la Junta Central de Socorros
para establecer otras en las barriadas más populosas de la ciudad. La señora
Camila de De La Ville, secundada por un grupo de señoritas, fundó igualmente
una cocina que funciona en la esquina de La Ceiba, y La Gota de Leche, con la contribución de varios compatriotas, abrió
dos, una en la Plaza de Candelaria y otra en la esquina de San Francisquito,
regida ésta última por los caballeros franceses señores Granier y Franceschi.
Todas dieron apreciables rendimientos y cumplieron con el objeto de su
creación.
El Doctor José Antonio Tagliaferro, a pesar de haber sido, por razones
de su cargo, uno de los primeros atacados de la epidemia y de haber estado
muchos días gravemente enfermo, desde su lecho dictó todas las medidas
higiénicas necesarias para combatir la pandemia y dirigir la campaña en Venezuela, en cuya ardua labor fue secundado con entusiasmo por todo
el personal de la Sanidad Nacional del Gobierno del Benemérito General Juan Vicente Gómez. Revista "Actualidades", 8 de
diciembre de 1918.
El símbolo universal de la caridad, la cruz roja en mitad de la bandera
blanca, como un ángel de alas abiertas sobre la desolación de la humanidad,
también ha estado presente entre nosotros. En su nombre, las secciones inglesa
y norteamericana vinieron con oportunos auxilios; y los estudiantes
emprendieron una labor gigantesca que han extendido a la República y que les ha
conciliado todos los sufragios. Es una conducta digna de la juventud venezolana
y de su proverbial generosidad, que afirma con natural elocuencia lo que serán
para la patria los hombres del futuro. También ha sido digna de su juventud y
de sus honestos y honrados antecedentes la idea concebida y realizada por los
empleados de comercio de Caracas. Por iniciativa partida de la casa de Santana y Compañía Sucesores ellos se
agruparon con entusiasmo y arbitraron fondos que una comisión de señoras ha
distribuido equitativamente entre las familias pobres, a quienes la vergüenza
de la mendicidad o el orgullo de un abolengo ilustre mantuvieron fiera y
resignadamente en sus viejas casonas, sin implorar el pan de la caridad
pública.
Las compañías de transporte y muy señaladamente la de Navegación Fluvial y Costanera, que se
ofreció al igual de la D Roja para
transportar gratuitamente a los estudiantes en su útil misión por la República,
han merecido bien de la ciudad.
Y aquí un paréntesis, que queremos sea de luz resplandeciente como la
del sol en nuestras mañanas de agosto, para que enmarque y haga resaltar
la acción de un hombre humilde. Nos referimos a Pedro A. Pérez, a quien la
Junta confió la tarea de enterrar a los muertos. Esta
frase sencilla, que tiene un sabor religioso y es sagrada en todos los países,
ha sido interpretada con justeza por Pedro A. Pérez, y es de admirar cómo el
interino funcionario cumplió para con la sociedad y el pueblo de Caracas una
labor tan ardua y delicada. La Junta de Socorros que le asignó el piadoso
cometido, sabrá gratificarlo dignamente. Caracas no olvidará inscribir su nombre
en la lista de los hombres útiles y buenos.
El 9 de noviembre de 1918, el Benemérito General Juan Vicente Gómez, decretó una nueva suma de Bs. 300.000
para dar digno remate a la campaña emprendida en una especie, dijo un diario de
la mañana, de "unión sagrada", en la que cada quien se mantuvo firme
en su puesto; las autoridades y el pueblo, en cumplimiento de ese deber de
cordialidad mutua, que debe existir entre gobernantes y gobernados.
Doctor M. Heredia Alas, médico
que asistió a 3.800 enfermos de gripe en Macuto, Caraballeda, Naiguatá, Los
Teques y San Pedro. Año 1918.
El gremio médico de Caracas, de suyo tan profundamente abnegado, ha
agregado una página radiosa al libro de sus merecimientos eminentes. Desde el
tugurio infecto hasta la casa adornada de columnatas, a la manera de los
palacios italianos, se le ha visto con la sonrisa que da la satisfacción de
haber cumplido con su deber. Hay en todo médico un algo de apostólico que de
carácter inconfundible a su misión. Ellos han tenido en el gremio de
farmaceutas un aliado entusiasta y eficaz.
Son tan múltiples y de índole tan varia los casos en que la caridad
individual se ha exhibido en las dolorosas circunstancias por que hemos pasado,
que puntualizarlas sería tarea difícil, si no imposible, y ante cuya evidencia
nos rendimos tomando para la ciudad en conjunto el elogio altísimo. Al
pronunciar el nombre de Caracas el voto de un extranjero agradecido, formulado
ante un dolor semejante, se nos viene a los picos de la pluma: "¡Que para presidir
sus destinos se alíen todo lo grande y todo lo dulce!".
Los Ministros de Inglaterra e Italia, de Francia, de España y de los
Estados Unidos prohijaron toda idea altruista de sus colonias en el torneo de
caridad emprendido, y fueron secundados por las señoras de McGoodwin, Fabre y
Dawson Beaumont. Esta última, en un bello gesto, realizó una activa labor
personal en el depósito de medicinas de la Universidad Central, en compañía de
un grupo de damas de su país. Por iniciativa del señor Fabre, Ministro de
Francia, la Compagnie Générale
Trasatlantique envió para la Junta de Socorros una valiosa caja de
medicinas.
Antes de cerrar estos apuntes, séannos permitidas dos notas que
exterioricen nuestros sentimientos íntimos ante el horror de los días
desaparecidos. Es la primera una frase de despedida cordial, ingenua, para los
que en plena juventud, cuando la ilusión los rozaba con sus anchas alas
sonoras, partieron hacia el reino de las eternas sombras. ¡Qué la paz sea con
ellos y las ilusiones que llevaron consigo se les conviertan en flores siempre
frescas para sus sepulcros!
La otra nota es de epinicio, de exaltación triunfal ante el paso de la
mujer venezolana. El alma femenina se ha renovado constantemente, como un
jardín en primavera, ante las crudas mordeduras del dolor; se ha mostrado en
sus múltiples fases, brillante, inagotable, y si ayer fue digna del verso por
su hermosura y gentileza, hoy es digna de todas las palmas por su generosidad y
desprendimiento. Porque generosidad y desprendimiento son las virtudes que han
impulsado a esas caravanas de mujeres que el pueblo ha visto pasar con un
respeto profundo. Han estado en todas partes; a la cabeza del lecho del
moribundo en los hospitales; repartiendo de casa en casa auxilios y consuelos;
yendo sin demostrar fatiga hasta los más apartados rincones de la ciudad;
endulzando con una sonrisa angélica la agonía del desesperado; bordando trajes
para los niños; tejiendo abrigos para los ancianos. La mujer venezolana, la
caraqueña de ojos expresivos y de andar cancionero, ha revivido el mito de la
buena hilandera. Imposible sería ofrecer los nombres de todas las que han sido
movidas por los impulsos de su corazón. Una medalla de oro ha sido ofrecida por
la Junta de Catedral a la señora Trina Berrizbeitia de Beauperthuy, en homenaje
de gratitud y perenne recordación. Cúmplase el verso del poeta y sean para la
suave todas las suavidades.
(Revista “Actualidades”, 8 de diciembre de
1918).