lunes, 14 de septiembre de 2020

CARACAS BAJO LA EPIDEMIA DE 1918


Junta de Socorros del Distrito Federal. Sentados de izquierda a derecha: Jesús María Herrera Mendoza, Dr. Vicente Lecuna, Monseñor Felipe Rincón González, Santiago Vegas, Henrique Pérez Dupuy. Parados, de izquierda a derecha: Dr. Luis Razetti, Pbro. Dr. Rafael Lovera, Dr. Francisco A. Rísquez y Rafael Ángel Arráiz. Nota de la Dirección: En el momento de hacer tomar este grupo, estaba ausente el señor Dr. Rafael Requena, razón por la cual no aparece en él. Foto: Luis F. Toro. Revista "Actualidades", 8 de diciembre de 1918.

El Benemérito General Juan Vicente Gómez, dictó todas las medidas necesarias para combatir el mal de la pandemia de 1918 en Venezuela, nombrando una Junta de Socorros compuesta por miembros honorables de esta sociedad.


Caracas despierta como de una mala pesadilla; recobra el ánimo; vuelve a sus empresas habituales con su alegría tradicional, y para estar en armonía con su espíritu, para ser ella misma, enciende entre la noche de sus recuerdos una luz de esperanza. Sonríe y espera. Qué leyenda más bella para el escudo de una ciudad, que es como una mujer.

Y sin embargo, cuán inciertas han sido las horas pasadas. La peste ha conmovido la ciudad hasta en sus cimientos, y la espantosa viajera, inseparable de la muerte, ha mostrado como en algunos cuentos fantásticos la faz cadavérica y los ojos amarillos, en los que se acumulaba un humor viscoso. Desde los últimos días de octubre en que hizo su aparición, viniendo del norte, la influenza española, un escalofrío intenso dobló nuestros nervios como a hierros mohosos, en un presentimiento de angustias infinitas. La violencia de la epidemia fue intensa desde su aparición, y la vendimia roja comenzó tumultuosa, acelerada, guiñolesca, hasta alcanzar un ápice mortuorio sin precedentes en los comienzos del mes de noviembre.

Pasada la primera impresión de estupor, Caracas se armó para la lucha como una airada walkyria. Cruzarse de brazos hubiera sido mengua, y nuestra ciudad, la ciudad que dio a la sagrada lid tanto caudillo, no tenía para salir airosa de su cometido sino volver los ojos al pasado, encenderse de amores por la caridad como antes lo hiciera por un ideal de justicia, ser la Caracas de los Libertadores.

El 28 de octubre de 1918, el Benemérito General Juan Vicente Gómez, dictó sendos decretos destinando la cantidad de Bs. 500.000 para combatir la epidemia, y nombrando para la doble campaña, sanitaria y de socorros, una Junta formada por el Ilustrísimo Arzobispo de Caracas y Venezuela, que la preside, y de los señores doctores Luis Razetti, Francisco Antonio Rísquez, Rafael Requena, y Vicente Lecuna, Henrique Pérez Dupuy, J. M. Herrera Mendoza y Santiago Vegas. El señor Rafael Ángel Arráiz fue nombrado Secretario. La responsabilidad de la empresa aquilató a ellos el deseo de corresponder a la confianza que se les dispensaba, y su reconocida caballerosidad y sus anhelos por el bien procomunal fueron como lo anunciaron de los éxitos obtenidos. La sociedad de Caracas ha contraído para con ellos una deuda impagable de gratitud, y así nos complacemos en reconocerlo.

La circunstancia de haberle sido encomendada la dirección sanitaria de la campaña al doctor Luis Razetti, encendió en la población la primera llamarada de optimismo. La energía del sabio profesor, su bondad comunicativa, sus trabajos sobre temas de higiene pública, sus treinta años de honrada labor profesional, eran prenda segura de un activo y científico enrumbamiento de las tareas sanitarias de la Junta.

El Doctor Luis Razetti, Director Técnico de la Junta de Socorros del Distrito Federal. Año 1918.

Las juntas parroquiales, nombradas por la Central, y la Dirección de Sanidad Nacional, cumplieron dentro del radio de sus atribuciones.

Pero donde Caracas ha mostrado una de las fases más hermosas de su vida, ha sido en el espíritu de solidaridad social que agrupó desde el comienzo de la epidemia a todas las buenas voluntades, sin diferencia de clases, cada quien consciente de que su caridad para con el vecino contribuía a su propio bienestar. Ha sido un espectáculo insólito, digno de meditación y de loanza, por el que nuestra ciudad ha mostrado que laten en su entraña, hoy como ayer, mañana como siempre, las virtudes ingénitas que le dieron alas a sus hijos en la magna cruzada de esparcir por la América del Sur las semillas de la libertad, levantando altares a la República en la más noble emulación de nuestros fastos. Ese espíritu de solidaridad social que ha cuajado en tanta acción bizarra, espontánea y sincera, ha tenido un exponente magnífico en la actitud asumida por la institución La Gota de Leche de Caracas, que agregando a sus designios por la salvación de la infancia el de la salvación de todos, ha hecho una labor magnífica que para siempre resplandecerá en los anales de la caridad pública venezolana. Ella fue de las primeras en ofrecer a los necesitados medicinas, médicos, abrigos y alimentos.

Es de justicia al hablar de las suscripciones en metálico de La Gota de Leche, tributar un aplauso a las colonias extranjeras que gozan de nuestra amplia hospitalidad y de nuestras simpatías ingenuas, y que, todas, sin diferencias de ninguna especie, haciendo causa común con nosotros en la desgracia, se apresuraron a arbitrar fondos entre sus connacionales para contribuir al alivio de la población necesitada. 

Caracas no olvidará jamás esta efusiva generosidad como no olvidará tampoco las que vinieron de lejos como una aura refrescante, y entre ellas las que integra la paternal solicitud de Su Santidad Benedicto XV, quien haciendo un alto en la abrumante labor que pesaba sobre sus hombros en los días en que la tragedia de la guerra europea culminaba en sangre y ruinas, acordó de la hija pobre y le envió premurosamente una dádiva oportuna.

El comercio, en su acción colectiva, formó dignamente en las filas de la caridad individual, y no solamente fueron sus contribuciones en dinero, sino la de víveres, medicinas y abrigos, así como las que atañen a ciertos servicios personales prestados por miembros de ese honorable gremio, las que obligan al reconocimiento de los beneficiados.

A la izquierda: Doctor R. Gómez Peraza, distinguido médico de La Guaira, quien con notable consagración asistió a 4.827 atacados de gripe. Páginas brillantes tiene la vida de este abnegado galeno. De carácter festivo, caballeroso, Gómez Peraza se ha hecho de un nombre respetado y la Ciencia tiene en él cifrada una esperanza. A la derecha: Doctor César J. Amaral, médico del Departamento Vargas, que a pesar de haber sido uno de los afectados de la epidemia, prestó oportunos servicios a los enfermos. Año 1918.

Una de las características de nuestra raza, y acaso la más admirable, radica en la facilidad con que todo se improvisa a la hora en que la necesidad se hace apremiante. Esta facultad ha encontrado motivos de gallardo lucimiento en las circunstancias fatales por las que acabamos de pasar. Como los hospitales creados no dieran abasto, se improvisaron muchos otros que funcionaron bajo el mismo pie de higiene y comodidad que los antiguos y que aún rinden en el crepúsculo de la epidemia servicios inapreciables, de acuerdo con los dictados de la experiencia. Entre estos hospitales queremos señalar el que funciona en el Templo masónico de esta ciudad, ofrecido con generoso ardimiento, en obediencia a uno de los cánones de la institución, por los masones de la capital. Y no por vano alarde nos detenemos en este hecho, sino para hacer resaltar como timbre de honor para la libertad de conciencia en Venezuela, el hecho singular de que fue el Arzobispo de Caracas, como Presidente de la Junta de Socorros, quien inauguró el nuevo instituto benéfico e instaló en él a las hermanas de San José de Tarbes, impulsado por un sentimiento de auténtica moral cristiana, cuya saludable renovación apunta en nuestra sociedad como en los pueblos depurados por el dolor y confundidos en un solo ideal en los campos de batalla del mundo.

La situación de las cocinas populares, igualmente de origen cristiano como toda emanación de la piedad puesta al servicio de las clases humildes, tuvo también su hora de fortuna en medio de las necesidades creadas por la violenta racha de la epidemia. La iniciativa correspondió al caballero norteamericano señor A. V. McKay, quien fundó la primera en La Pastora, y que en vista del éxito obtenido fue comisionado por la Junta Central de Socorros para establecer otras en las barriadas más populosas de la ciudad. La señora Camila de De La Ville, secundada por un grupo de señoritas, fundó igualmente una cocina que funciona en la esquina de La Ceiba, y La Gota de Leche, con la contribución de varios compatriotas, abrió dos, una en la Plaza de Candelaria y otra en la esquina de San Francisquito, regida ésta última por los caballeros franceses señores Granier y Franceschi. Todas dieron apreciables rendimientos y cumplieron con el objeto de su creación.

El Doctor José Antonio Tagliaferro, a pesar de haber sido, por razones de su cargo, uno de los primeros atacados de la epidemia y de haber estado muchos días gravemente enfermo, desde su lecho dictó todas las medidas higiénicas necesarias para combatir la pandemia y dirigir la campaña en Venezuela, en cuya ardua labor fue secundado con entusiasmo por todo el personal de la Sanidad Nacional del Gobierno del Benemérito General Juan Vicente Gómez. Revista "Actualidades", 8 de diciembre de 1918.

El símbolo universal de la caridad, la cruz roja en mitad de la bandera blanca, como un ángel de alas abiertas sobre la desolación de la humanidad, también ha estado presente entre nosotros. En su nombre, las secciones inglesa y norteamericana vinieron con oportunos auxilios; y los estudiantes emprendieron una labor gigantesca que han extendido a la República y que les ha conciliado todos los sufragios. Es una conducta digna de la juventud venezolana y de su proverbial generosidad, que afirma con natural elocuencia lo que serán para la patria los hombres del futuro. También ha sido digna de su juventud y de sus honestos y honrados antecedentes la idea concebida y realizada por los empleados de comercio de Caracas. Por iniciativa partida de la casa de Santana y Compañía Sucesores ellos se agruparon con entusiasmo y arbitraron fondos que una comisión de señoras ha distribuido equitativamente entre las familias pobres, a quienes la vergüenza de la mendicidad o el orgullo de un abolengo ilustre mantuvieron fiera y resignadamente en sus viejas casonas, sin implorar el pan de la caridad pública.

Las compañías de transporte y muy señaladamente la de Navegación Fluvial y Costanera, que se ofreció al igual de la D Roja para transportar gratuitamente a los estudiantes en su útil misión por la República, han merecido bien de la ciudad.

Y aquí un paréntesis, que queremos sea de luz resplandeciente como la del sol en nuestras mañanas de agosto, para que enmarque y haga resaltar la acción de un hombre humilde. Nos referimos a Pedro A. Pérez, a quien la Junta confió la tarea de enterrar a los muertos. Esta frase sencilla, que tiene un sabor religioso y es sagrada en todos los países, ha sido interpretada con justeza por Pedro A. Pérez, y es de admirar cómo el interino funcionario cumplió para con la sociedad y el pueblo de Caracas una labor tan ardua y delicada. La Junta de Socorros que le asignó el piadoso cometido, sabrá gratificarlo dignamente. Caracas no olvidará inscribir su nombre en la lista de los hombres útiles y buenos.

El 9 de noviembre de 1918, el Benemérito General Juan Vicente Gómez, decretó una nueva suma de Bs. 300.000 para dar digno remate a la campaña emprendida en una especie, dijo un diario de la mañana, de "unión sagrada", en la que cada quien se mantuvo firme en su puesto; las autoridades y el pueblo, en cumplimiento de ese deber de cordialidad mutua, que debe existir entre gobernantes y gobernados.

Doctor M. Heredia Alas, médico que asistió a 3.800 enfermos de gripe en Macuto, Caraballeda, Naiguatá, Los Teques y San Pedro. Año 1918.

El gremio médico de Caracas, de suyo tan profundamente abnegado, ha agregado una página radiosa al libro de sus merecimientos eminentes. Desde el tugurio infecto hasta la casa adornada de columnatas, a la manera de los palacios italianos, se le ha visto con la sonrisa que da la satisfacción de haber cumplido con su deber. Hay en todo médico un algo de apostólico que de carácter inconfundible a su misión. Ellos han tenido en el gremio de farmaceutas un aliado entusiasta y eficaz.

Son tan múltiples y de índole tan varia los casos en que la caridad individual se ha exhibido en las dolorosas circunstancias por que hemos pasado, que puntualizarlas sería tarea difícil, si no imposible, y ante cuya evidencia nos rendimos tomando para la ciudad en conjunto el elogio altísimo. Al pronunciar el nombre de Caracas el voto de un extranjero agradecido, formulado ante un dolor semejante, se nos viene a los picos de la pluma: "¡Que para presidir sus destinos se alíen todo lo grande y todo lo dulce!".

Los Ministros de Inglaterra e Italia, de Francia, de España y de los Estados Unidos prohijaron toda idea altruista de sus colonias en el torneo de caridad emprendido, y fueron secundados por las señoras de McGoodwin, Fabre y Dawson Beaumont. Esta última, en un bello gesto, realizó una activa labor personal en el depósito de medicinas de la Universidad Central, en compañía de un grupo de damas de su país. Por iniciativa del señor Fabre, Ministro de Francia, la Compagnie Générale Trasatlantique envió para la Junta de Socorros una valiosa caja de medicinas.

Antes de cerrar estos apuntes, séannos permitidas dos notas que exterioricen nuestros sentimientos íntimos ante el horror de los días desaparecidos. Es la primera una frase de despedida cordial, ingenua, para los que en plena juventud, cuando la ilusión los rozaba con sus anchas alas sonoras, partieron hacia el reino de las eternas sombras. ¡Qué la paz sea con ellos y las ilusiones que llevaron consigo se les conviertan en flores siempre frescas para sus sepulcros!

La otra nota es de epinicio, de exaltación triunfal ante el paso de la mujer venezolana. El alma femenina se ha renovado constantemente, como un jardín en primavera, ante las crudas mordeduras del dolor; se ha mostrado en sus múltiples fases, brillante, inagotable, y si ayer fue digna del verso por su hermosura y gentileza, hoy es digna de todas las palmas por su generosidad y desprendimiento. Porque generosidad y desprendimiento son las virtudes que han impulsado a esas caravanas de mujeres que el pueblo ha visto pasar con un respeto profundo. Han estado en todas partes; a la cabeza del lecho del moribundo en los hospitales; repartiendo de casa en casa auxilios y consuelos; yendo sin demostrar fatiga hasta los más apartados rincones de la ciudad; endulzando con una sonrisa angélica la agonía del desesperado; bordando trajes para los niños; tejiendo abrigos para los ancianos. La mujer venezolana, la caraqueña de ojos expresivos y de andar cancionero, ha revivido el mito de la buena hilandera. Imposible sería ofrecer los nombres de todas las que han sido movidas por los impulsos de su corazón. Una medalla de oro ha sido ofrecida por la Junta de Catedral a la señora Trina Berrizbeitia de Beauperthuy, en homenaje de gratitud y perenne recordación. Cúmplase el verso del poeta y sean para la suave todas las suavidades.

(Revista “Actualidades”, 8 de diciembre de 1918).