miércoles, 14 de octubre de 2020

LA MISIÓN DE LOS NEUTRALES EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL


Primera Guerra Mundial (1914 - 1918).

Aquí en nuestra amada Patria, puede asegurarse, sin temor de que suene a lisonja, que uno de los más hermosos títulos que tiene el General Juan Vicente Gómez a la gratitud de sus conciudadanos y al respeto y estimación de los extranjeros, no cegados por malas pasiones, es el haber sabido mantener durante todas las fases del gigantesco conflicto una neutralidad estricta y decorosa.

Como en “El triunfo del Amir”, aquel bellísimo símil de nuestro insigne Manuel Díaz Rodríguez, así el alma de la enantes riente y feliz Europa, se nos aparece en la actualidad “como un paisaje áspero y sombrío, paisaje de rocas grises, crestas áridas y despeñaderos oscuros”.

Odiaos los unos a los otros, parece que fuera hoy el supremo y único Evangelio de las naciones en guerra…

Y si fuera de ese inmenso círculo dantesco, que es hoy la guerra europea, no aparecieran, como oasis en medio del desierto o estrellas en noche tempestuosa, España, Suiza, Holanda y los Países Escandinavos, ¿qué refugio encontrarían las pobres almas no torturadas por la locura del odio?

Gracias a esas naciones que han sabido conservar, celosamente, el precioso tesoro de su neutralidad, aún no ha sonado la hora fatídica en que el ángel exterminador escriba sobre el cárdeno cielo de la Europa, convulsa y desgarrada, el tremendo lasciate ogni speranza del formidable vate florentino.

Por dicha, acá en Sur América quedan todavía corazones generosos, espíritus ecuánimes que saben anteponer a sus simpatías y antipatías personales los altruistas sentimientos de amor y fraternidad humana, que nos mueven a dolernos de los pueblos en guerra, como si fueran hermanos nuestros, cuyas desdichas, ya que no podemos evitarlas, sí sabemos sentirlas como propias, y dispuestos nos hallamos a prestarles alivio en la medida de nuestras fuerzas.

Aquí en nuestra amada Patria, puede asegurarse, sin temor de que suene a lisonja, que uno de los más hermosos títulos que tiene el General Juan Vicente Gómez a la gratitud de sus conciudadanos y al respeto y estimación de los extranjeros, no cegados por malas pasiones, es el haber sabido mantener durante todas las fases del gigantesco conflicto una neutralidad estricta y decorosa, que nos permite abrir los brazos fraternalmente a todos los beligerantes, para brindarles el pan y el vino de nuestra hospitalidad y compartir con ellos los ricos dones de nuestras fértiles campiñas.

Enjugar las lágrimas de los millones de seres que gimen sin consuelo en esta hora ominosa; reparar, hasta donde sea posible, las enormes injusticias del destino y de los hombres; suavizar con la dulcedumbre de la bondad y del cariño, las asperezas y amarguras del odio, he aquí la misión providencial de los neutrales, a los cuales puede aplicarse con justicia el cántico que el Evangelista pone en boca de los ángeles, celebrando el advenimiento de Aquél, de quien el mundo en guerra parece haberse olvidado: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”.

Santiago Rodríguez R.

Senador por el Estado Táchira.

18 de junio de 1918.

(Publicado en “El Nuevo Diario”, el 20 de junio de 1918).