Sergio Medina, el gran escritor, poeta y orador, nacido en La Victoria, Estado Aragua. Uno de los máximos representantes de los más altos valores poéticos de Venezuela.
PALABRAS DE SERGIO MEDINA EL DĺA DE LA PAZ
Señor Presidente del Estado; Señor Secretario General de Gobierno; Señoras y Señores:
Ni aun así, prestándole a mi numen un reflejo del fuego sagrado que despide la inmortalidad de esta colina; ni aun deslumbrado por la triple y radiante aureola de tradición, de sacrificio y de victoria que rodea la santidad de esta Casa; ni aun, repito, alzado como he sido por obra y gracia de la benevolencia del Gobierno de Aragua, hasta esta cumbre de gloria y de martirio, Tabor y Calvario de la Gesta Magna, alcanzo a comprender cómo puedo atreverme a levantar la voz, siquiera sea para orar en este gran día religioso de la Paz, como en un Santuario, en el heroico solar de los Bolívares.
Tal símbolo es perfecto. Yo siento divagar, apegada a la herrumbe secular de la casona agraria, toda vestida de marcialidad y de luz, como en el pugnaz alborear de la Epopeya ante el dorad y tranquilo espigar de los vecinos campos, o la siega flamígera de las lanzas de Boves, la sombra augusta del Padre de la Patria. Lo siento llegar, transfigurada de amor y de fe, con aquel amor suyo inapagable y aquella fe de taumaturgo, porque sabe que si la última y doliente voluntad de Santa Marta se dispersó, como inútil semilla, arrebatada durante una centuria por el ala trágica de las tormentas intestinas, la simiente de oro halló al fin gesto de sembrador y óptimo surco en la mano hidalga y el corazón bizarro del General Juan Vicente Gómez. Como en la evangélica dulzura de Pedro, el místico ensueño del rubio pastor de Galilea se hace piedra angular de la Iglesia de Cristo, de igual modo el pensamiento y la obra del creador de la Gran Colombia, se hace fundamento de paz en el formidable expugnador de Ciudad Bolívar, y edificación de patria real y espiritual en el repúblico del 19 de diciembre, General Juan Vicente Gómez.
Más aún. Parece ser aquí, frente al épico asombro de las ruinas de San Mateo y la prodigiosa esmeralda del valle que fulge engastada en el corazón de la campiña aragüeña, donde mejor pudieran asimilarse, complementándolas y prologándolas en una egregia exaltación de epinicio, las dos grandes figuras históricas que atraviesan con paso firme, labrando y floreciendo paralelamente, el plano inquietante de la Nacionalidad.
Porque ambos, el creador y el fecundador tuvieron siempre delante de sí, paradigmas de fortaleza y elevación, la ponderosa y serena expresión de las montañas: el Ávila, que opone al mar su pecho de granito y la pensativa diuturnidad de sus neblinas; y los Andes, sobre cuyo recio espinazo continental, de un salto y a horcajadas, como sobre el potro del escudo, echó a caminar hacia el prodigio, dando cintarazos de victoria, entre aletazos de cóndores y familiaridad de estrellas, el Genio Redentor de América.
Y porque es aquí, precisamente, donde el romántico agitador de 1810, prendido aún a su corazón el fresco ramo de violetas de la viudez, o mal curado de los ardientes besos de Fanny de Villars, de retorno de los tumultuosos debates de la "Sociedad Patriótica", o bien requerido por los quehaceres del Mayorazgo, solía nutrirse de su medular Rousseau, mientras la oscura servidumbre hormiguea entre los verdegayes del cultivo y la eglógica mansedumbre de los bueyes rotura de la heredad. ¡Con qué nerviosos pasos por estas galerías, oyendo el ancestral grito vasco, ejercitaba sus gerifaltes de antaño, en ideológicas cetrerías, el futuro Libertador!
Llamado a incorporársele en el dominio de la Historia, desde la
cronológica conjunción del natalicio, hasta aparecer dentro de un paisaje
semejante, bien que más allá, en la geórgica estribación de la Cordillera,
participando de las ideas del filósofo ginebrino en la sencilla y fuerte
didáctica de la Naturaleza, disciplinó igualmente sus energías de conductor de
un pueblo, quien sintiendo robusto el brazo para la espada y la noble aptitud
cívica para sobrellevar el mando de la Magistratura, habría de realizar más
tarde según el concepto feliz de Carlos Borges, los maravillosos trabajos de
Hércules de la Rehabilitación Nacional.
Sergio Medina.
(Publicado en el Periódico "El Nuevo Diario", el 25 de julio
de 1925).