El Presidente de la República, Benemérito General Juan Vicente Gómez, Pacificador y Emancipador Económico de Venezuela.
Le tocó al Benemérito General Juan Vicente Gómez establecer la Paz e
impedir que continuara el funesto e inútil crecimiento de la deuda, y a su obra
administrativa pagar íntegramente la externa y dejar la interna en vías de
desaparición.
Caracas, marzo 1931.- Desde los comienzos de su vida nacional Venezuela
ha estado, año a año y lustro a lustro, constantemente, atendiendo a las
obligaciones de su deuda pública.
Tuvo ésta su origen en 1/3 de la deuda de la Gran Colombia, y en las
reparaciones que se acordaron por tratado a los españoles desposeídos por los
libertadores.
Ni en una sola ocasión, que sepamos, se ha hecho en Venezuela un solo
empréstito con destinos a trabajos públicos, ni existe tampoco en el país una sola
obra hecha con fondos de la deuda. Gobiernos tambaleantes que usaban el crédito
nacional para conseguir dinero, pagando intereses usuarios y primas altísimas;
y reclamaciones por daños de guerra causados a súbditos de las potencias,
constituyen las dos fuentes principales de las sucesivas aportaciones de
crecimiento que fueron teniendo las obligaciones nacionales.
Mientras tanto el país, escaso de recursos, con grandes necesidades administrativas
interiores, tenía que distraer ingentes sumas para pagar los intereses y la
amortización de su deuda pública.
Le tocó al Benemérito General Juan Vicente Gómez establecer la Paz e
impedir que continuara el funesto e inútil crecimiento de la deuda, y a su obra
administrativa pagar íntegramente la externa y dejar la interna en vías de
desaparición; lo que, al ocurrir, hará que el país se encuentre por primera vez
en su historia libre del pesado fardo de unas obligaciones írritas y en
capacidad de atender más libre y desembarazadamente a su progreso.
Es éste, sin duda, un gran beneficio nacional y ha merecido los más
lisonjeros comentarios en los países extranjeros; de modo especial por el hecho
de que, desde México hasta la Argentina, la gran mayoría de los países de hispano-América, están abrumados por la
deuda pública y comprometidos con los Estados Unidos por la misma causa.
Venezuela constituye en ese sentido honrosa excepción.
El deseo de un progreso violento y otras causas han llevado a la mayoría
de esos países a hacer empréstito tras empréstito, hasta comprometer su
crédito, y en ocasiones su soberanía, pues algunos de ellos tienen sus aduanas
en manos de los americanos, y otros están sometidos a supervisores e
inspectores en sus asuntos financieros.
Se dice en el extranjero que el buen resultado obtenido en ese respecto
por la Administración venezolana, se debe a que Venezuela es un país de grandes
recursos. Pero lejos de ser así, nuestra Patria es pobre y su producción
escasa. De modo especial lo era en el año 1908, cuando se inició la
Rehabilitación Nacional. Basta recordar unas cuantas cifras.
En esa época los ingresos fiscales de Venezuela alcanzaban apenas a 45 ó
50 millones de bolívares, y a las necesidades administrativas de un país con
tres millones de almas esparcidas en un territorio de novecientos mil
kilómetros cuadrados, en el que la paz no estaba garantizada, por ninguna
influencia exterior sino por la acción del Gobierno.
No obstante, con esos reducidos ingresos se cumplió puntual y
estrictamente el presupuesto de gastos, se construyeron obras públicas todos
los años, se atendió a las obligaciones de intereses y amortización de la deuda
y hubo siempre dinero en caja.
En cambio, en otras partes de hispano-América se encuentran países -y el
caso no es único- en que: la paz está sostenida por influencia externa, los
ingresos son mayores que los de nuestro país en aquel entonces, la población es
menor, está más refundida y las distancias son cortas, la deuda es mucho más
pequeña que aquella, etc.; y en donde, a pesar de todo, la renta pública resulta
insuficiente para las más elementales necesidades de la administración pública.
El ideal de un Gobierno que pague estrictamente sus gastos, que realice
todos los años obras públicas importantes, que no haga empréstitos y al
contrario pague las deudas antiguas, y que tenga siempre un cuantioso depósito
en caja, es hoy casi impracticable para un gran número de países del
continente. Ese ideal ha tenido realización efectiva en Venezuela desde el año
de 1908.
Es cierto que el aumento de la renta petrolera ha hecho más desahogada
la situación del Gobierno, pero esa renta data apenas de los últimos años.
Es verdaderamente tremendo el hecho de un pueblo que durante todo un
siglo paga deudas que no le han servido para nada.
Y hágase notar que el Fundador de la Paz en Venezuela, Benemérito
General Juan Vicente Gómez, ha llevado a la realidad, en lo referente a la
deuda externa, uno de los primeros ideales y una antigua aspiración de la
República.
Y, al mismo tiempo, que la política administrativa que realiza el
progreso prescindiendo de utilizar crédito y sólo con los propios recursos,
resulta al cabo la mejor, pues los préstamos del exterior cobran elevados
intereses y fuertes primas, y representan en lo futuro nuevas erogaciones junto
con peligros y perjuicios de toda índole.
En la situación en que la guerra mundial ha dejado al mundo, ser un país que no debe un centavo a nadie es una envidiable presea.
Rafael Arocha.
(Publicado en el Periódico "El Nuevo Diario", el 20 de marzo
de 1931).