Y aquí estamos frente al nuevo reportaje de "Élite". Reportaje en estampas, en film, como un
imperativo de la época netamente cinemática. La vida caraqueña, pintoresca y
multitudinaria cual ninguna, tiene en estas páginas su cordial implantación.
Ayer uno. Hoy otro. Siempre el tema popular voceando su simpatía arrolladora,
haciendo equilibrios tipográficos para llevar a los lectores -nuestros
lectores- una estampa, una visión de la ciudad, de otra ciudad, con su
verdadero sabor y color de cosa nuestra. Criolla. Con jugo de venezolanismo
típico, Nuestro.
En nuestro concierto de trabajo, de gremios laboriosos, éste de los
Autobuses tiene una gran significación en la vida caraqueña.
Su detalle pintoresco y su introducción en todas las manifestaciones
urbanas lo colocan a la cabeza de las actividades capitalinas. No en vano son
ellos nuestros conductores, los encargados de hacernos más corto el trayecto
diario, de trasladarnos, de rodarnos, de llevarnos de un punto a otro de la
ciudad donde la urgencia nos llama abiertamente.
Es tan urgente y al mismo tiempo tan frecuente nuestro trato con todo lo
que ataña a los Autobuses; nos pegamos tanto a ellos cuando los usamos; nos
metemos tan de lleno en su centro de acción, que más de una vez se ha hecho
familiar en otros ambientes un dicho de colector pintado de toda su rudeza
maliciosa y callejera, y en otras ha quedado hasta de refrán popular,
zarandeando y alegre por esas calles del Ávila.
Y es que ellos son (los colectores) los diarios voceadores de la ciudad.
Al alba cuando la calle despierta; al mediodía, cuando el calor y el trabajo
apremian; por la noche, cuando el cielo se enciende, son sus voces rudas,
chillonas y largas los continuos apedreadores de la ciudad. Klaxons de carne y
hueso. Bocinas humanas en busca del esfuerzo rendido. Ellas mismas son las que
aturden al paseante solitario con una "plaza"
desbocado y tenaz, las que sacan de sus casillas al lector callejero que siente
rota su atención cuando el grito preñado le atraviesa los oídos y los
ojos.
Una vez en su vida pesada y un poco torpe de autobuses gigantes vieron
amenazada su tranquilidad, su paso de camello de gasolina por unos productos de
su misma calaña: las camionetas. El autobús, grande, pesado, lento las veía
pasar a su lado con indiferencia, con desprecio; pequeñas, raudas, ágiles. Pero
la camioneta nunca llegó a ser más de un incidente en la vida. No pudieron
reunir esa intimidad, esa especie de relación familiar que guardan todos los
autobuses entre sí, compactos y cerrados como en defensa y representación de
algo.
El gremio de conductores y colectores de autobuses es uno de los pocos
que tiene su fisonomía propia, su sentido de vida. Hasta su color. Esto último
expresado en ese argot especialísimo, manera de decir torturada, a base de
frases trastocadas, de palabras torcidas y simbólicas, con intenciones casi
siempre humorísticas.
Los "autobuseros"
-digamos así- tienen su lenguaje propio, especial. Y no como un alarde sino
como una necesidad, ya que en su malicia profesional llegan a creer
cándidamente que pueden disfrazar con palabras lo que revelan con hechos. Con
una "aguantada", disimulada
en la palabra, pero expresada en la parada; con un "quédate", molesto para el pasajero rápido; dañino para
el carro de atrás, barajan el lenguaje a su manera, salpicándolo de dichos
pintorescos y de voces sin sentido, pero coloreadas de humor intuitivo del
pueblo.
Es el mediodía urgido para el Oficinista. Catedral pesadamente oscila
entre 1 y 2. Las Oficinas comienzan su otra mitad de día de colmena.
Por las calles caldeadas hay pisadas veloces temerosas del retardo.
Mediodía molesto para el trabajador alegre y bonachón, para el que tiene
después del almuerzo la evocación tropical de la siesta enervante.
- Plaza o locha. ¿Se va?
-Ráspalo.
-Quédate parao.
Y estas voces desesperan y angustian en la urgencia de llegar. El
autobús viene con poca gente. "Las
aguantadas" han sido continuas. En los rostros de los pasajeros se
pinta la expresión futura de una cólera contenida.
Y al fin uno tercia en la espera con voz que quiere ser airada:
- ¿Cómo que vamos a estar aquí toda la tarde?
- Ya nos vamos, responde la voz conciliadora del chofer.
Pero al trepidar el motor , se oye el runrún del colector:
- Cualquiera diría que está pagando mucho. Que se compre su carrito.
Ahora la rapidez no importa. El autobús lo hemos tomado al azar. Como
hubiéramos podido seguir a pie. La hora fresca de la tarde invitaba al paseo.
Hay pocos pasajeros. Quizás todos como nosotros. El autobús es más
tortuga que nunca. Lento y pesado. Lomudo con su lomo de madera y de vidrio,
puesto al sol tímido del atardecer.
En la suavidad de la hora la voz del conductor interroga:
-¿Cuántos llevamos hoy. Taparita?
- Ciento cincuenta nada más. Esta bajada nos embromó, porque te dejaste "sacar" por el "El Fantasma".
- No importa. Ahora nos aguantamos y lo esperamos en Mercaderes. Métele
el ojo al Inspector, porque vamos atrasados.
Y mientras tanto, el pasajero -filosófico- sonríe.
Filo de noche alta. Catedral semidormida marca las once y media. La
ciudad tiene frío. En la Plaza de la Universidad un solo autobús, inmóvil
espera.
Conductor y ayudante conversan en los asientos delanteros. Pasajeros
rezagados van cayendo, poco a poco, como un goteo de la noche hermosa.
- Buen día este, dice el chofer.
- Formidable, y eso que "El General Yen" estuvo adelantándose
toda la tarde.
- Dinos el "hit"
valesón. Yo no tengo ahora sueño. Vamos a esperar otros pasajeros.
- Gua, vamos.
- Y ante la palabra enojada de los que esperan, salta otra vez el
comentario pintado de humor:
- Si quieren se van a pie.
(Publicado en la Revista
"Élite" por Alberto Caminos, el 25 de agosto de 1934).