sábado, 13 de junio de 2020

LOS AUTOBUSES DE CARACAS EN TIEMPOS DEL GENERAL GÓMEZ




Y aquí estamos frente al nuevo reportaje de "Élite". Reportaje en estampas, en film, como un imperativo de la época netamente cinemática. La vida caraqueña, pintoresca y multitudinaria cual ninguna, tiene en estas páginas su cordial implantación. Ayer uno. Hoy otro. Siempre el tema popular voceando su simpatía arrolladora, haciendo equilibrios tipográficos para llevar a los lectores -nuestros lectores- una estampa, una visión de la ciudad, de otra ciudad, con su verdadero sabor y color de cosa nuestra. Criolla. Con jugo de venezolanismo típico, Nuestro.  

En nuestro concierto de trabajo, de gremios laboriosos, éste de los Autobuses tiene una gran significación en la vida caraqueña.

Su detalle pintoresco y su introducción en todas las manifestaciones urbanas lo colocan a la cabeza de las actividades capitalinas. No en vano son ellos nuestros conductores, los encargados de hacernos más corto el trayecto diario, de trasladarnos, de rodarnos, de llevarnos de un punto a otro de la ciudad donde la urgencia nos llama abiertamente.


Es tan urgente y al mismo tiempo tan frecuente nuestro trato con todo lo que ataña a los Autobuses; nos pegamos tanto a ellos cuando los usamos; nos metemos tan de lleno en su centro de acción, que más de una vez se ha hecho familiar en otros ambientes un dicho de colector pintado de toda su rudeza maliciosa y callejera, y en otras ha quedado hasta de refrán popular, zarandeando y alegre por esas calles del Ávila.

Y es que ellos son (los colectores) los diarios voceadores de la ciudad. Al alba cuando la calle despierta; al mediodía, cuando el calor y el trabajo apremian; por la noche, cuando el cielo se enciende, son sus voces rudas, chillonas y largas los continuos apedreadores de la ciudad. Klaxons de carne y hueso. Bocinas humanas en busca del esfuerzo rendido. Ellas mismas son las que aturden al paseante solitario con una "plaza" desbocado y tenaz, las que sacan de sus casillas al lector callejero que siente rota su atención cuando el grito preñado le atraviesa los oídos y los ojos. 


Una vez en su vida pesada y un poco torpe de autobuses gigantes vieron amenazada su tranquilidad, su paso de camello de gasolina por unos productos de su misma calaña: las camionetas. El autobús, grande, pesado, lento las veía pasar a su lado con indiferencia, con desprecio; pequeñas, raudas, ágiles. Pero la camioneta nunca llegó a ser más de un incidente en la vida. No pudieron reunir esa intimidad, esa especie de relación familiar que guardan todos los autobuses entre sí, compactos y cerrados como en defensa y representación de algo.

El gremio de conductores y colectores de autobuses es uno de los pocos que tiene su fisonomía propia, su sentido de vida. Hasta su color. Esto último expresado en ese argot especialísimo, manera de decir torturada, a base de frases trastocadas, de palabras torcidas y simbólicas, con intenciones casi siempre humorísticas.

Los "autobuseros" -digamos así- tienen su lenguaje propio, especial. Y no como un alarde sino como una necesidad, ya que en su malicia profesional llegan a creer cándidamente que pueden disfrazar con palabras lo que revelan con hechos. Con una "aguantada", disimulada en la palabra, pero expresada en la parada; con un "quédate", molesto para el pasajero rápido; dañino para el carro de atrás, barajan el lenguaje a su manera, salpicándolo de dichos pintorescos y de voces sin sentido, pero coloreadas de humor intuitivo del pueblo.



Es el mediodía urgido para el Oficinista. Catedral pesadamente oscila entre 1 y 2. Las Oficinas comienzan su otra mitad de día de colmena.

Por las calles caldeadas hay pisadas veloces temerosas del retardo. Mediodía molesto para el trabajador alegre y bonachón, para el que tiene después del almuerzo la evocación tropical de la siesta enervante.

- Plaza o locha. ¿Se va?

-Ráspalo.

-Quédate parao.

Y estas voces desesperan y angustian en la urgencia de llegar. El autobús viene con poca gente. "Las aguantadas" han sido continuas. En los rostros de los pasajeros se pinta la expresión futura de una cólera contenida.

Y al fin uno tercia en la espera con voz que quiere ser airada:

- ¿Cómo que vamos a estar aquí toda la tarde?

- Ya nos vamos, responde la voz conciliadora del chofer.

Pero al trepidar el motor , se oye el runrún del colector:

- Cualquiera diría que está pagando mucho. Que se compre su carrito.

Y es que él no puede dejar de contestar amparado en esa risueña capachería del muchacho caraqueño.



Ahora la rapidez no importa. El autobús lo hemos tomado al azar. Como hubiéramos podido seguir a pie. La hora fresca de la tarde invitaba al paseo.

Hay pocos pasajeros. Quizás todos como nosotros. El autobús es más tortuga que nunca. Lento y pesado. Lomudo con su lomo de madera y de vidrio, puesto al sol tímido del atardecer.

En la suavidad de la hora la voz del conductor interroga:

-¿Cuántos llevamos hoy. Taparita?

- Ciento cincuenta nada más. Esta bajada nos embromó, porque te dejaste "sacar" por el "El Fantasma".

- No importa. Ahora nos aguantamos y lo esperamos en Mercaderes. Métele el ojo al Inspector, porque vamos atrasados.

Y mientras tanto, el pasajero -filosófico- sonríe.


Filo de noche alta. Catedral semidormida marca las once y media. La ciudad tiene frío. En la Plaza de la Universidad un solo autobús, inmóvil espera.

Conductor y ayudante conversan en los asientos delanteros. Pasajeros rezagados van cayendo, poco a poco, como un goteo de la noche hermosa.

- Buen día este, dice el chofer.

- Formidable, y eso que "El General Yen" estuvo adelantándose toda la tarde.

- Dinos el "hit" valesón. Yo no tengo ahora sueño. Vamos a esperar otros pasajeros.

- Gua, vamos.



- Y ante la palabra enojada de los que esperan, salta otra vez el comentario pintado de humor:

- Si quieren se van a pie.


(Publicado en la Revista "Élite" por Alberto Caminos, el 25 de agosto de 1934).