Líderes de la Generación marxista del 28. Abajo de izquierda a derecha
aparecen con el puño erguido: Rómulo Betancourt, Jóvito Villaba y Miguel Otero
Silva.
Como se juzga
en el exterior la acción enérgica y benéfica del General Juan Vicente Gómez. El Supremo Mandatario venezolano ha sido y
es la barrera al comunismo y el azote de los comunistas.
Insertamos a continuación el artículo publicado recientemente por “El
Heraldo” de Valparaíso (Chile), diario liberal e independiente que dirige el señor
Enrique Valdez Vergara, notable periodista chileno. Lo suscribe un
escritor de honradez literaria, sano criterio y amplias miras y evidencia los
horrores y amenazas del comunismo, ese enemigo del género humano, porque es la
disolución sistematizada del orden social, político y económico, sobre el cual
descansan las naciones de hoy.
Entre nosotros
pretendió también germinar la mala simiente; pero la mano pronta del General
Gómez, Jefe Supremo de la Nación, y el buen sentido de nuestro pueblo,
extirparon la planta de raíz, al apuntar los primeros brotes, en que
aparecieron como instrumentos incautos un grupo de estudiantes azuzados por
políticos aviesos, incapaces de dar el frente y luchar a cara descubierta en
presencia de un sistema de gobierno fundado en el asentimiento de la totalidad
de los venezolanos de buena voluntad y en el prestigio incontrastable de un
hombre que ha sabido hacerse digno de la fe y de la confianza de su patria,
engrandecida por su carácter y por sus altas dotes de magistrado.
El General Gómez
deploró como nadie tener que castigar a esos jóvenes, cuando reprimió con
rápida y severa eficacia la iniciación de un movimiento de tal índole. Pero
primero estaba la seguridad pública: y los estudiantes, al desertar de las
aulas universitarias para formar en la fila sediciosa de un cuartelazo, se
declaraban contra el orden establecido y se hacían automáticamente, reos de su
propio delito, a quienes la justa represión volverá en sí, para ser de nuevo,
ciudadanos dignos de la patria armoniosa, con espíritu de compacto
nacionalismo.
EL NUEVO DIARIO,
consecuente con sus principios, da cabida en su primera plana a la publicación
inserta en el diario chileno y condena, una vez más, la doctrina y las
prácticas de ese sistema antinatural y retrógrado que pretende inútilmente
cubrir de rojo el mundo civilizado.
Es digno de ser
tomado en cuenta el hecho, el elocuente hecho, de que el comunismo, con todo su
cortejo de actos vandálicos, de exacciones y de atentados contra la Patria, no
ha encontrado en ninguna de las repúblicas americanas clima favorable, terreno propicio
para su desarrollo y cultivo. Con excepción de unos cuantos casos aislados, la
semilla importada quedó muerta en el surco; y aún en esos casos aislados, dicha
semilla solo produjo un grano defectuoso e inservible para una nueva siembra.
La acción de los
gobiernos, por un lado, y la sensatez de las masas populares por el otro,
arrancaron de raíz los escasos brotes comunistas, que habían nacido, y que
desde el primer momento fueron considerados yerbas perjudiciales, plantas
venenosas, vástagos malditos.
¿En dónde están
aquellos agitadores extranjeros que recorrían campos y talleres para explotar
la credulidad de las gentes sencillas? ¿En dónde están aquellos flamantes
oradores callejeros, que instalaban su tribuna en cualquier plaza pública para
disertar sobre el próximo advenimiento de una eterna era de igualdad entre
todos y cada uno de los componentes de la especie humana, ni más ni menos que
como la igualdad instintiva que practican las bestias de las selvas y los peces
del mar que se atacan y devoran los unos a los otros?
¿En dónde están
aquellas banderitas rojas que se movían a impulsos de blasfemos, gritos contra
Dios y la Patria, contra el orden, el capital y el honrado trabajo?
¿Y aquellos
periodiquillos, aquellos cartapeles en cuyas columnas no había más que lectura
disociadora, provocaciones, amenazas y denuestos mezclados con loas a los
COMPAÑEROS, a los CAMARADAS, a los HERMANOS del proletariado?
Esto es confesar que
todo eso y mucho más por el estilo, ha desaparecido sin dejar huellas; fue
derribado desde sus cimientos no solamente por la férrea mano de los hombres
dirigentes, sino que, también, por la casi unánime voluntad de los pueblos y en
especial del elemento obrero que rechazó de plano toda marca facturada en las
cavernas sovietistas.
Han caído para no
levantarse más en América, los apóstoles rojos, con sus banderas rojas, y con
sus prédicas rojas, y con su famosa canción internacional, igualmente roja.
El cable nos ha
comunicado que en Colombia han comenzado a surtir sus efectos las muy atinadas
y oportunas leyes de defensa social dictadas recientemente. Ya era tiempo.
Barranquilla y Cali
son dos hermosas ciudades de aquel floreciente país, y en ellas habían abierto
su campamento muchas docenas de agitadores comunistas de la peor especie.
Allá estaba el centro
de operaciones; desde allá se urdían planes, se fraguaban conspiraciones y se
organizaba la difusión de candentes impresos. Cali está muy cerca
del mar Pacífico y Barranquilla en el Oriente a un paso de Venezuela y las
Antillas. Los puntos más
estratégicos y de importancia máxima, sobre todo cuando se sabe que todos ellos
constituyen el último reducto.
Las autoridades han
mirado a esos agitadores con cierta indiferencia, sin sospechar que tenían un
alacranero dentro de casa. Tal vez procedieron así en obsequio a la libertad del
pensamiento o para experimentar en propio pellejo. Sin embargo, con mil
precedentes a la vista es temerario negar que el pensamiento hablado y escrito,
sin cauce, todo lo invade, todo lo ahoga, todo lo destruye.
En las recientes
intentonas revolucionarias de Venezuela, entraron en función los elementos
comunistas establecidos en las dos ciudades. Contaminados algunos
grupos de estudiantes venezolanos, se salieron del riel y promovieron
disturbios al compás de ridículas protestas. En la colada figuraron también
unos cuantos politiqueros de la casta roja, unos cuantos señorones que cargan
los sesos tras las faldas de sus levitas.
Los estudiantes,
cuando marchan por su riel, aunque tengan veinticinco años, son muchachos muy
simpáticos y dignos de la mayor consideración y aprecio. Sus desfiles, sus
asambleas, sus ruidosas protestas y toda otra manifestación estudiantil que no
se aparte ni una sola línea de sus linderos, son excitantes de alegría para
grandes y pequeños. Puede sentarse por
principio que los estudiantes merecen ser tratados como estudiantes mientras
conservan su calidad de estudiantes.
Pero un estudiante,
de pelo en pecho que, a manera de apéndice, sabe agregarse a los tumultos, un estudiante
que forma en el coro de los gritones subversivos, un estudiante que gusta del
manejo y portación de armas y de petardos explosivos, es un estudiante que ha
desertado de sus filas; y aunque vaya con el libro bajo el brazo, ya perdió el
camino del hogar y de la escuela para ponerse al alcance del sable y del
caballazo.
Tal ocurrió en
Venezuela.
No viene al caso
hacer el recuento de las magnas obras realizadas por el Presidente Gómez en la
Patria de Bolívar, que hoy ocupa prominente lugar entre las más cultas y
prósperas de nuestro continente. Pero sí diremos que
el Supremo Mandatario venezolano ha sido y es la barrera al comunismo y el
azote de los comunistas. De ahí el fuego
graneado, con balas Lenine, que se le ha dirigido desde las fortalezas de
Barranquilla y Cali.
Muchos estudiantes
venezolanos, azuzados por algunos políticos de capa caída, resolvieron aceptar
la propuesta de aquellos comunistas, y ya sabemos cuál fue el producto total
que arrojó la función: estudiantes venezolanos castigados; desbande general de
compañeros y de camaradas, leyes colombianas de defensa social y atronadores
aplausos en todo el Universo.
Y ahora que se baje
el telón.
Rodolfo Aracena.
Valparaíso (Chile), 9 de noviembre de 1928.