sábado, 6 de febrero de 2021

CARTA DEL ARTISTA FRANCISCO NARVÁEZ AL GENERAL JUAN VICENTE GÓMEZ, 1928.


El Benemérito General Juan Vicente Gómez, Presidente de la República, fue siempre protector del Arte en Venezuela, como bien expresó el gran pintor y escultor margariteño Francisco Narváez en su correspondencia de fecha, 19 de mayo de 1928.


Caracas: 19 de Mayo de 1928.

Señor General

Juan Vicente Gómez

&.&.&.

Maracay.-

Muy respetado General:

Saludo a Ud. muy atentamente.

Tengo especial placer en regalarle una escultura “La Criolla” pertenecientes a los trabajos que en el mes pasado exhibí en el Club Venezuela y cuya Exposición ya clausuró.

Como Ud. mi respetado General, ha sido siempre protector del Arte en Venezuela, y no tengo a nadie con que contar para un viaje de perfeccionamiento que pienso hacer a Europa, yo le agradecería altamente que Ud. me ayudara con lo que Ud. crea conveniente para poder satisfacer mis aspiraciones.

En espera de ser favorecido con una grata contestación me suscribo, atentamente,

Su apreciador y amigo,

Francisco Narváez.

Dirección: Abanico a Socorro Nº 29-5.

La inmediata aprobación del Presidente de la República, Benemérito General Juan Vicente Gómez, no se hizo esperar ordenando: "Ir Europa perfeccionar pintura", como aparece escrito en la parte superior derecha, de su puño y letra, en la misma carta enviada por el artista.

"La escultura va por encomienda". (Escrito a mano por el pintor y escultor venezolano Francisco Narváez, en la parte inferior de la carta).


POR LOS ESTUDIOS DE NUESTROS PINTORES

FRANCISCO NARVÁEZ

El gran maestro venezolano Francisco Narváez en su taller artístico. Año 1932.

En los primeros meses de 1932, Francisco Narváez, que ya tenía dos años por los centros artísticos de Europa, volvió a Venezuela. Regresó por una necesidad espiritual que le imponía su preocupación de trabajar sobre los elementos americanos y particularmente venezolanos. Porque Narváez no fue a Europa a comprobar las lecturas que había hecho en América de lo europeo. Fue más bien sin lecturas y en los dos años de su permanencia vio las bellezas de Francia y España.

Pero con otro tiempo más en Europa presentía la desintegración de sus elementos vitales congénitos. Ya lo estaba pavorizando el futuro de no sentirse americano ni francés. Cuando, sin darse cuenta, se hubiera inhibido en el paisaje extranjero y su pincel se llenara de colores untuosos y languidecientes de los pinos, mientras el corazón y los bíceps fueran todavía salvajes y bravíos.

Expuso en los salones de arte europeo telas y esculturas de motivos venezolanos. Del propio París envió una exposición que se realizó en Caracas de asuntos también venezolanos. Era como para conservar vivas sus potencialidades americanas. En los museos y en los salones estaban todas aquellas maravillas del arte milenario. Testimonios del genio  clásico, que llegó a su más alta realización cuando se hurgó la propia entraña y sacó, viviente siempre, la esencia de las cosas.

Francisco Narváez ante una de sus obras pictóricas. Año 1932.

Llegó a Caracas y empezó a construirse un estudio. El mismo armó los ladrillos ligándolos con cemento. Allí en el traspatio de una casita obrera de Catia, 5 m. x 3 m. Un alto de dos metros le sirve de dormitorio. Con unas tablas de cajones se fabricó los muebles: un diván, dos poltronas, una mesa, una caja donde guarda los vestidos y que le sirve de soporte para sus esculturas. Y a la cabeza del diván, dos tablas tiradas a lo largo contienen algunos libros.

Era el refugio necesario para sus horas de trabajo. En las horas cansadas de doblarse a pegar ladrillos, se internaba entre la naturaleza y de allá traía un pedazo robado del paisaje de los alrededores. Pero ahora volvía con nuevos bríos a continuar pegando ladrillos. Hasta que al fin un día quedó encerrado entre aquellas paredes. Entonces sojuzgó la luz que debía entrar en su estudio por el techo y por las paredes, a través de unos vidrios y graduada por un juego de cortinas. Así tiene luz hasta las siete de la noche.

Y en este estudio, Francisco Narváez vive trabajando. Cuando no pinta, cincela el mármol en bajos y alto-relieves, o hace esculturas en madera.

Durante el mes de julio hizo una exposición en el "Ateneo de Caracas": algunos 70 trabajos. Vendió 900 bolívares. Pero fue la primera exposición de motivos venezolanos, vistos con los ojos de las nuevas tendencias, no para asombrar a los que no hayan viajado a Europa, ni por considerarnos todavía indios del descubrimiento y a quien cambian baratijas por pedazos de oro. Sino para aplicar el nuevo sentido de la vitalidad y de la humanidad a los elementos que entre nosotros permanecen desechados por lo extranjero, por las repeticiones de los motivos explotados en épocas anteriores. Tampoco representa esa pintura de Narváez desparpajo, ni pedantería. Por el contrario se le ha encontrado una gran dosis de ingenuidad. La impresión primera es de que ojos infantiles han visto aquellas cosas. Una tarde entraron a la exposición cinco niños, hembras y varones, con sus libros y bultos en las manos. Y empezaron a ver los cuadros con una contagiosa alegría, con la desenvoltura de la escuela y como si aquellos cuadros fueran de un compañero de clase. Y durante largo rato se detuvieron frente a "La Conquista", con los brazos echados sobre los hombros. Lo mismo hicieron ante "La Lectura". Después que los niños se fueron, Pablo Rojas nos dijo que Narváez debía hacer las pinturas murales de las escuelas venezolanas.

Narváez, el magnífico pintor y escultor, trabajando en su taller. Año 1932.

Yo gozo ante los cuadros de Narváez por lo que tienen de ingenuos, de alegres. Parece una pintura que le maquillara a uno las tristezas, me decía una tarde Marcos Castillo.

Pero a Narváez ya le están faltando telas, y hace tiempo que no trabaja en mármol. Ha borrado algunas composiciones para hacer nuevas obras. Ahora está trabajando más los asuntos, profundizando más el plano de las telas, buscando más tonos en las superficies y enriqueciendo sus cuadros de color. En los últimos retratos y paisajes se nota una evolución de su planimetrismo anterior hacia un mayor tratado y estudio del fondo por los tonos y el dibujo. Seguramente esto lo ha adquirido de los últimos retratos hechos y por ello Narváez debe trabajar largo tiempo con modelos y con la naturaleza.

Yo creo que así se enrumbaría definitivamente por la escultura, que es para nosotros su instrumento de expresión artística. 

Julián Padrón.

(Publicado en la Revista "Élite", el 27 de agosto de 1932).