lunes, 30 de marzo de 2015

EL DĺA DE LA PAZ


La celebración del aniversario de la batalla de Ciudad Bolívar, no obedece a aquel criterio esencialmente partidista con que en otras épocas de intransigentes divisiones se conmemoraban los triunfos de un partido sobre otro, las victorias obtenidas para perpetuar en el poder los odios, las pasiones feroces engendradas en la anarquía secular de la familia venezolana. El triunfo obtenido en Ciudad Bolívar el 21 de julio de 1903, figuraría en nuestros anales como una de tantas fechas conmemorativas de choques sangrientos y de matazones estériles, si el vencedor, elevado cinco años más tarde al poder supremo y consagrado por la opinión unánime de sus compatriotas, no hubiera hecho de aquella victoria el arranque del periodo de paz más prolongado y más fecundo en bienes morales y materiales que recuerda nuestra historia: al punto que los propios adversarios de entonces, los que en aquel día en que rayó tan alto en heroísmo y en magnanimidad el General victorioso fueron vencidos, no sienten la humillación de la derrota, sino que confundidos a la sombra de la misma bandera que es la bandera de la Patria, celebran también aquel hecho de armas que fue como el último estertor del monstruo de exterminio que durante un siglo arrastraba a los venezolanos a solicitar en la guerra lo que el General Juan Vicente Gómez ha comprobado con creces que sólo en la paz y en el orden sostenidos a todo trance, puede llegar a alcanzarse con honra y créditos para el nombre glorioso de la Patria.

Ni soberbia en el vencedor, ni humillación en el vencido. En veintiún años corridos desde aquella fecha las pasiones de la lucha se extinguieron más radicalmente que las engendradas en la época Federal y en la Revolución de Abril, de las cuales nos separan más de medio siglo; porque entonces la bandera victoriosa en los campamentos, fue a flotar en la casa del Gobierno de la Nación; en el criterio de los dirigentes los intereses del partido estaban antes que los intereses de la Patria y el mérito personal, las aptitudes individuales que constituyen el único móvil, la única razón positiva de ascensión democrática se posponían siempre ante las credenciales sectarias por más nulos e incapaces que fuesen los hombres llamados a ejercer las funciones públicas. En nombre de las teorías liberales invocadas en todos los tonos, existía una clase privilegiada, una secta que por una especie de derecho divino ejercía el poder contra el otro partido convertido en paria dentro de la propia Patria.

Otro es el criterio con que el pueblo de Venezuela, en medio del bienestar, del orden y de la unión de que disfruta juzga aquella batalla donde se cerró para siempre en Venezuela el ciclo de las revoluciones, mal que les pese a unos cuantos figurones anacrónicos, que ni siquiera se dan cuenta de que dos o tres generaciones de ciudadanos, educados en la paz, no conocen de ellos sino la triste historia de sus faltas y de sus ineptitudes.

Venezuela no rinde homenaje únicamente al Jefe militar vencedor en la cruentísima jornada, sino al patriota y al político que en aquel día, por un acto de magnanimidad y de profunda intuición, preparó el advenimiento de un régimen esencialmente nacional, en que se extinguieran para siempre los viejos partidos; las regiones más apartadas se acercaran y estrecharan para hacer surgir más vigoroso el sentimiento de la Patria por la conciencia geográfica del territorio; se sustituyera el vicio del politiqueo, la fecunda labor administrativa y se impusiera el respeto a las autoridades constituidas, que es la base de la estabilidad en todos los pueblos.

Es por esas razones que no se recuerda en nuestra historia nacional, incluyendo al General José Antonio Páez, un hombre que haya gobernado más largo tiempo la República. ¿Por la fuerza? No! Las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas. “Con las bayonetas, -decía no sabemos qué rey de Prusia a un ministro,- tendré siempre razón, las bayonetas sirven para todo; pero”…”Sire, -replicó el ministro, -¿con qué se gobiernan las bayonetas?- Con la opinión. –Es preciso pues, tener a esta de nuestra parte”. Y eso, la opinión, el asentimiento unánime de los venezolanos, es lo que sostiene en el poder al General Juan Vicente Gómez.

Publicado en el Periódico “El Nuevo Diario”, el 21 de julio de 1924.