Un aspecto de la torre principal de la Universidad Central de
Venezuela, en la que se destaca el magnífico reloj obsequiado por el señor
General Juan Vicente Gómez con motivo del segundo Centenario que se festeja. El
reloj fue encargado por la acreditada casa de Gathmann Hermanos a una de las
mejores fábricas alemanas. La casa puso su mayor empeño para enviar uno de los
más precisos relojes europeos.
Con la solemnidad digna del altísimo suceso que se festejaba, y presidiendo
todos los actos el señor doctor Rubén González, Ministro de Instrucción
Pública, se llevó a cabo la ejecución del programa dispuesto para la
celebración del bicentenario de la Universidad Central, ilustre Instituto en
cuyas aulas formó el estudio hombres que fueron gloria y honra para la Patria,
y en donde a cada día se forjan nuevos espíritus de cultura y de ciencia.
En el día se inauguró, como estaba dispuesto, el magnífico Reloj de la
torre universitaria, generosamente donado por el Benemérito General Juan
Vicente Gómez, Presidente de la República, llevando en este acto la palabra el
doctor Mario Briceño Iragorry, quien finalizó el brillante recuento de los más
altos hechos universitarios con los siguientes medulosos y justicieros
conceptos:
“Hay un símbolo señores, en esta festividad que ofrece a mi palabra el
orgullo de encargo nobilísimo. La inauguración del valioso reloj que el señor
Presidente Gómez regala a este edificio tiene una marcada oportunidad en esta
ocasión centenaria. Ha tocado a nuestro actual Ilustre Magistrado el honor de
presidir nuestras grandes conmemoraciones seculares. A los próceres de Abril
ofrenda mármoles y bronces; en las fiestas de julio llama a Congreso a los
pueblos bolivianos como la mejor apoteosis al Padre de la Patria; en la llanura
de Carabobo levanta arco triunfal que da la idea de un perpetuo desfilar de
vencedores; el día de Ayacucho siembra la piedra para un monumento simbólico al
gran Capitán del Sur como una síntesis de confraternidad racial. Aquellas
fueron fiestas de guerra y de luchas brillantes que pedían el tributo de las
estatuas y los mármoles; ésta de hoy es una conmemoración callada, que debiera
recordarse sólo en penumbrosos recintos académicos; mas el tino de nuestro
Presidente ha querido expresarse en la sobria ofrenda de una campana que
llamará a estudios a los jóvenes universitarios y que conmemora muy bien el
vuelo festivo de aquellos bronces sagrados que fueron portavoz del júbilo
inicial por su instalación. Cuando han callado para siempre los cobres de
guerra, en esta era amplísima de paz y de progreso, el General Gómez quiere
darle misión nueva al metal heroico y lo ha hecho elevar a la altura de la
torre universitaria para que desde allí sea voz que alerte a las nuevas
generaciones de la Patria, recordándoles la hora propicia para que en el seno
de esta casa de luces indilguen su pensamiento y su voluntad juveniles por las
vías que nos llevarán al logro de nuestra efectiva prosperidad nacional. Se
diría, señores, que las campanas de este reloj nuevo hubiesen sido forjadas con
el bronce roto de los clarines, acallados en Ciudad Bolívar”.
Siguió a este espléndido detalle de la celebración la inauguración en el
Salón del Ilustre Concejo Municipal del Distrito Federal de la Placa de Bronce
conmemorativa de la erección de la Universidad Real y Pontificia. Leída el acta
de erección correspondiente, pronunció un vibrante discurso el doctor Ezequiel
Urdaneta Braschi, expresándose el talentoso orador en cálidas palabras que
envolvieron también dentro de sí un noble recuerdo para las más ilustres
personalidades que surgieron a la vida de la ciencia y de las letras al amparo
de la Universidad…
“La Universidad, dijo luego de consagrar un elogio a don Rafael
Villavicencio y al doctor Ernst, ilustres profesores que fueron de ella, puede
ostentar que al calor de su enseñanza pudieron preparar la base de una
acabalada ilustración, el aludido don Juan Vicente González, que responde al
más alto concepto que se puede tener del literato; el doctor Cecilio Acosta,
publicista de relevante mérito y escritor en punto a la profundidad del
pensamiento y a la galanura del decir, nada tuvo que envidiar a ningún otro; el
Arzobispo Castro, lumbrera de la Iglesia, y el cual, de haber vivido en Roma,
muy bien habría podido ser Pontífice; oradores de imperecedera fama, como don
Fermín Toro y los doctores Eduardo Calcaño, Jesús Morales Marcano y presbítero
Nicanor Rivero; matemáticos como Aguerrevere y Urbaneja; jurisconsultos a la
altura de de los doctores Luis Sanojo y Aníbal Dominici; clínicos como los
doctores Elías Rodríguez, José Ignacio Cardozo y José Rafael Revenga; cirujanos
como Acosta Ortiz, cuyo bisturí cortó con éxito en millares de veces las redes
en que la muerte suele apresar sus elegidos; biólogos del saber de Guillermo
Delgado Palacios; bacteriólogos como el malogrado bachiller Rangel, cuya
prematura desaparición, habida cuenta de la trascendencia de los trabajos
científicos con que él se inició constituye una invalorable pérdida; médicos
sabios, al modo del doctor José Gregorio Hernández quien fue además prototipo
del profesor y un ángel de la caridad, y muchas otras celebridades literarias y
científicas cuyo renombre ha ido más allá de las fronteras nacionales, jamás
podrá negarse que es muy grande el aporte que ella ha hecho para que nuestra
Patria tenga fama como pueblo que lleva vida intelectual fecunda y útil, porque
cultiva con amor las letras, hace conquistas en los diversos campos de la
ciencia y se mantiene al tanto de las que se realizan en los demás países
civilizados del orbe.
Mucho, pues, es lo que debe a la Universidad Central, la cultura literaria
y científica de que hoy podemos ufanarnos; y por lo mismo bien merecía ella el
homenaje de glorificación que, con motivo del cumplimiento de su segundo
centenario, le ha decretado el Benemérito General Don Juan Vicente Gómez,
Presidente de la República, quien así ha venido a patentizar una vez más el
acierto que priva en sus determinaciones, como la elevada justicia que las
inspira, y, al propio tiempo de esto, lo que es ya convicción muy arraigada en
el ánimo de los venezolanos de buena fe: que él es un Magistrado que no sólo
impulsa de manera espléndida el progreso material del pueblo que gobierna, sino
que también procura con solícito interés por todo lo que pueda contribuir al
mayor levantamiento de su concepto moral”.
La Escuela de Farmacia se reunió ayer a las tres y media de la tarde en el
Salón de Exámenes de la Universidad. Presidió el Vice-Rector de ésta, doctor C.
L. Febres Cordero, quien abrió el acto.
El Secretario de la Escuela, doctor J. G. Contreras, dio lectura al Acuerdo
por el cual el Instituto se asocia a la celebración del bicentenario de la
Universidad, dispone colocar en su salón los retratos del señor General Juan
Vicente Gómez, Presidente de la República, fundador y constante protector de la
Escuela; el del primer Director de ésta, el finado doctor Elías Toro, de
grandes merecimientos en la ciencia y de grandes servicios en el primer bienio
de la Escuela. En ese recuerdo también se rinde homenaje al sabio Vicente
Marcano, fundador de la Farmacia científica en Venezuela, a quien se erigirá un
busto y se crearán un premio y un fondo con su nombre para estimular a los que
se dedican a investigaciones químicas y farmacéuticas.
El señor Vice-Rector y el Consejo de la Escuela inauguraron los retratos
del General Gómez y del doctor Toro. El orador de orden fue el doctor J.
G. Contreras, quien con elocuencia presentó los ideales del referido
Acuerdo. Cerró el acto el Rector de la Escuela, doctor Vélez Salas,
manifestando agradecimiento a los benefactores del Instituto y a los concurrentes
a aquella sesión de gala. La parte musical la desempeñó muy bien la Banda
Presidencial.
De la Universidad se dirigió al Panteón Nacional para ser ofrendada una
corona de inmortales en el Monumento de Vargas, en homenaje a los Académicos
muertos. Hizo la ofrenda elocuentemente el doctor Eudoro González…
“Hemos venido a este santuario con el noble fin de dedicar un recuerdo a la
memoria de los Académicos desaparecidos. Bien está que se haya elegido este
monumento para depositar la ofrenda; él resume en su austera sencillez el
homenaje de la posteridad a un gran venezolano que sintetizó en su vida las
prendas morales e intelectuales que nosotros exaltamos en este piadoso tributo;
la sabiduría y el carácter fueron los rasgos distintivos de aquel noble patricio
a quien encomendó Bolívar el remozamiento de la casa universitaria; que supo
darle cumplido remate a su obra docente; y que más tarde cuando las pasiones
políticas azuzaron sus feroces jaurías contra la gloria del Padre de la Patria,
lo escudó en el Parlamento; fue él mismo quien, sometiéndose al libre voto de
sus conciudadanos ascendió a pesar de su propia renuencia, a la Primera
Magistratura de la República”.
PALABRAS DEL DOCTOR GONZALO BERNAL,
RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
La Universidad de Los Andes. Señora de extirpe esclarecida, y heroína por
ende, de todos los deberes que impone el patriotismo, necesariamente que debía
de hacer acto de presencia en esta solemnidad bicentenaria de su noble hermana
la muy Ilustre y Real y Pontificia Universidad Central de Venezuela; y de ahí
que aquella vieja Casa de cultura intelectual en el Occidente de la República,
haya dictado el Acuerdo que Honorables Académicos de ella os presentan,
dignísimo señor Rector, y de ahí también que yo, aprovechando la ocasión de
venir a esta capital a presentarle mis respetos al Benemérito Jefe del País,
General Juan Vicente Gómez, y a la vez a reiterarle el testimonio de admiración
y simpatía, de reconocimiento y gratitud en nombre del primer Instituto
educacionista de Los Andes, tenga el noble orgullo de ser ante la Ilustre
Universidad Central el portavoz de la respetable Comisión que me acompaña.
“El Nuevo
Diario”, el 12 de agosto de 1925.